¿DIOS? No lo se. ¿EL DOGMA? Eso si, no lo quiero.

Las etiquetas religiosas con las que no “comulgo”.

“No sé si Dios existe, pero sé que las etiquetas religiosas me cansan más que una misa de dos horas.”

Mi “sancochado” con las religiones
La indigestión que me producen las religiones viene del mismo lugar: el dogma, esa pretensión de verdad absoluta que repiten y repiten: “Mi Dios es el único”. ¿Cuál? ¿El tuyo o el del vecino?
Mi problema no es con Dios —ni con afirmar ni con negar su existencia— sino con quienes creen que tienen su número directo. Y ojo, no tengo ningún conflicto en creer en el sol como lo hacían los incas; mi conflicto aparece cuando cualquiera de ellas pretende tener la exclusividad de la verdad. Ese dogma que ni se entiende y ni se explica, ese que se toma como acto de fe.

“Por sus hechos los conoceréis”: lo único que sí creo
Yo soy de obras, no de discursos. Las palabras, si vienen solitas, son baratas. Puedo decirle a un amigo que lo quiero y machetearlo por detrás; declararme mollendino de “pelo en pecho” mientras boto basura en mis propias calles; o jurarle amor eterno (por el Facebook, por supuesto) a mi esposa y, al mismo tiempo, fallarle y sacarle la vuelta cada mes. ¿La quiero en acción o en palabra?
Por eso, en la palabra no creo. En lo que sí creo, profundamente, es en la acción. La evidencia es lo que manda en mi cerebro, y si algo no se sostiene en la práctica, para mí no tiene valor.

La espiritualidad que busco no necesita templos ni carnets
No escribo esto porque me falte espiritualidad; al contrario, escribo porque creo que la espiritualidad también se expresa en cómo actúo, no solo en cómo rezo. No necesito pertenecer a ninguna religión, y menos a una iglesia, para admirar lo mejor de cada una, ni para entrar a un culto y apreciar lo que allí sucede sin necesidad de creerlo literalmente.
A mí el fondo es lo que me importa, no la forma. ¿De qué sirve casarse con terno, de “blanco” y pompa, si a la primera falta uno traiciona justamente a la iglesia donde se casó?

Lo que aprendí en la mezquita
Recuerdo la enorme mezquita de Çamlıca, en Estambul, donde entré con Karen hace unos años. Entre el impresionante olor a pies y axilas sin lavado quincenal, el guía me dijo algo que me quedó dando vueltas: los musulmanes no usan intermediarios para hablar con Alá. Si le faltas a tu vecino, no vas al templo a pedir perdón; vas donde tu vecino, cara a cara.
Y como soy picón, le pregunté qué pasaba si yo me peleaba con un amigo, lo mataba de un tiro y luego me arrepentía. ¿Le pido perdón a Alá?, le retruqué.
“No, a la viuda, por supuesto”, me dijo.
—¿Y si no me perdona?
—Te fregaste.
Simple, directo, sin triángulo ni trámite. Y, francamente, más honesto que muchos sacramentos.

No creo en el cielo ni en el infierno, pero sí en la consecuencia
Mi razón me dice que la vida funciona por causa y efecto. Si me porto mal, algo —llámese Dios, vibra, destino o matemática simple— hará que yo pague acá mismo, no en el más allá. Muchas veces, socarronamente, digo que terminaré inevitablemente en el infierno, así que me deberán cremar con botellita de agua al costado.
Y aunque no crea en el cielo ni en el infierno como lugares, sí creo que hay otra vida en la que seguimos puliéndonos como personas. Para mí la obligación humana es simple: ser mejores cada día, aunque sea un poco.

Actuar bien. El negocio lucrativo
Si yo actúo bien contigo, tú lo harás con otro, ese con un tercero y el “quinto” quizá con una de mis hijas. Así de sencillo. Es un círculo perfecto y, si lo pongo en términos de negocio, un negocio extraordinario.
Mi amiga Carmen dice que Dios devuelve por 100, así que las pocas veces que dono algo, lo hago con la calculadora escondida en la otra mano viendo cuánto me tocará de bono celestial. Felizmente Yanira lleva exhaustivo registro en Excel para cuando me muera.
Eso sí: no lo cuenten a la Sunat, porque estoy seguro que no otorga crédito fiscal por buena conducta.

Lo que aprendí en la casa de la Mariscal
Crecí viendo a mi mamá apoyando y gestionando ayuda social para Santa Rosa. Mis hermanas y yo éramos acólitos involuntarios de esa linda costumbre. Mi papá repetía siempre: “Hay que ayudar al necesitado para tener sobregiro en el cielo”. Y claro, vi con naturalidad ambas costumbres que se me quedaron grabadas.

Yo no busco pertenecer; busco crecer
Si me dices que soy cristiano, budista, musulmán, judío, sintoísta o cualquiera… lo más probable es que ni caso te haga. Ya quisiera tener el mix de cada una. Yo no busco pertenecer a nada, pretendo ser mejor, punto. Tomo lo que sirve de cada una, dejo lo que no, a veces me burlo —porque soy malicioso— y evito las peleas doctrinarias.
Más simple. Más directo. Más primitivo.
Y para que quede claro: no tengo ninguna herida con la Iglesia católica ni historia traumática que me empuje a la crítica. Más allá de que el sapo del “hermano” Chacaliaza me quiso besar en la sacristía del colegio cuando tendría yo unos doce —y que felizmente no me afectó—, hace unos veinte años fui afinando mi forma de pensar y hoy vivo tranquilo con ella.

Cristo en mi velador: mi recordatorio diario
Tengo un librito de los evangelios del día que leo desde hace años en mi oficina antes de empezar, y en mi velador cuelga un Cristo en su cruz que mis papás me regalaron cuando yo tenía siete años y me fui a dormir al primer piso.
Siempre lo he conservado ahí. Cada vez que lo miro recuerdo la enorme humildad con la que vivió, la que admiro, y la que me hace pisar tierra cuando se quiere subir el inevitable ego. Igual siento por Mahoma, Buda o cualquiera de los profetas a quienes admiro por la acción que realizaron.

Quizá todo esto suene a que soy agnóstico. Puede ser.
Pero si ya dije que no me gustan las etiquetas religiosas, entonces serlo o no serlo me tiene sin cuidado.

Al final, no sé si Dios existe, pero sí sé que la vida me ha enseñado algo más útil que cualquier dogma: uno termina siendo la suma de sus actos, no de sus rezos. Y si por ahí   hay un juicio, será aquí, en cómo tratamos a quienes caminan a nuestro lado. Lo demás —cielos, infiernos, etiquetas— los considero solo un envase decorativo.

Prefiero la libertad de la duda a la comodidad del dogma.

¿ La iglesia esta adentro o afuera ?

Una respuesta a “¿DIOS? No lo se. ¿EL DOGMA? Eso si, no lo quiero.”

  1. Avatar de
    Anónimo

    BUENAZO!

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