Mis 60

Nunca me gustó celebrar el cumpleaños. No me nace.

Cada año, en esta fecha, hago balance de vida. Reviso, ordeno y descarto lo que pudiera estar arrastrando sin darme cuenta. No es nostalgia ni pena. Es limpieza. Avanzar liviano siempre ha sido mejor que avanzar cargado. Admito que hace muchísimo no cargo mochila de rencores ni penas.

Creo que la edad sí te da algo parecido a la sabiduría. No por acumulación de años, sino por decantación. Mismo vino añejo. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Algunas cosas dejan de importar solas. Otras, en cambio, se vuelven esenciales.

También tengo claro que la edad funciona como marcador de hitos. No puedo hacer a los 15 lo que corresponde a los 40, ni a los 60 pretender tener la digestión de los 12. El cuerpo avisa. Escucharlo es parte del aprendizaje; no lo tomo como una derrota. Nuestro cuerpo se deteriora físicamente cerca de 1 % al año, así que hay que aprovecharlo mientras responde. Un rico pedazo de torta engorda mucho más a los 60 que a los 40; ahí también toca bajar la ración. Un ron es delicioso, pero tres quizá ya me caigan mal.

Por eso cuido la salud. No por miedo a la vejez, sino para llegar a ella menos oxidado. El ejercicio ha sido parte de mi vida por más de 35 años. Ahora ya no lo hago para competir. Lo hago porque me hace sentir bien. Porque me ordena. Porque pienso precioso al hacerlo. Porque cuando termino mi rutina matutina parece que me hubiese fumado algo.

A los 60 también toca agradecer. Sin discursos y con humildad:

A mis papás, por la crianza y el ejemplo.

A mis hermanas, por lo sólido de nuestra unión, que pretendo poner de ejemplo a mis hijas.

A mis hijas, porque ellas me dan otra perspectiva de la vida, una que no habría aprendido solo.

A los amigos que cuento con una mano, por el gusto de una buena conversación y muchas risas, aunque sea con chicha y pan con huevo frito. Me interesa poco el lugar y la comida. Me interesa más la compañía.

A los chicos y chicas que trabajan y trabajaron en los negocios que he puesto, porque empujaron cuando tocaba hacerlo.

Al silencio, porque ahí pienso mejor.

Al mar, al que tengo la suerte de escucharlo y verlo diariamente desde hace más de 30 años. A él, al que gozo inmensamente al verlo moverse: a veces como balada de Bryan Adams y otras como combate vikingo.

A la música, con la que muchas veces despego.

A la lectura, porque me hace volar.

Y a Karen. Porque con ella, desde hace 27 años, me siento súper bien. Porque es el principal motivo por el que siempre quiero regresar a casa. Y porque me encanta seguir escogiéndola.

Ahora rehúyo la bulla. Siempre me molestó, pero antes intentaba disimular. Hoy me importa menos lo que la gente piense de mí.

Papá, déjate de cojudeces al pensar lo que la gente piense por lo que escribes en tu blog.

Me dijo Andrea. Y quedó grabado.

Ahora saco a los negativos de mi vida, esos que me buscan solo para contarme penas. Sí, los escucho, pero si es reiterativo, los desembarco en una. Ya llegando a los 60, no me interesan mucho los filtros. Ah, y si escucho estupideces o pretensiones —de las muchas que hay— ni respondo: “Dime de qué te jactas y te diré de qué adoleces”.

A esta edad, la frugalidad es lo que persigo. Creo que el dinero, entre otras cosas, es un medio que brinda seguridad, que asegura una vejez digna; no para comprar un Rolex. El dinero para viajar, para ver el mundo y pretender entenderlo desde otra ventana; para dar la mano a quien lo necesite, no para el iPhone 37 que está por salir. Hoy manejo un VW Polo enano después de tres lindos A6 que tuve en los últimos años. Con este compacto me siento más libre y, de paso, manejo más despacio.

Aprendiendo que si cada vez troto menos por mis dolencias en las plantas de los pies —por excesos de años pasados creyéndome Eliud Kipchoge—, entonces hago ciclismo interdiario, un par de días semanales de gimnasio, algo de yoga y ahora más natación en la nueva olímpica que se acaba de inaugurar, o junto a los chungungos frente a mi casa. Adaptarse nomás, pero sin tristeza ni carga en la espalda, porque podría ser paralítico. Entonces me comparo y sonrío.

Nunca me interesaron mucho el tamaño de mi panza, las arrugas o las canas. Ahora menos, porque las considero “trofeos de vida”. Tampoco es que me desgarre por tenerlos, pero al tiempo lo que toca. La ropa es para cubrir mi cuero y no para brillar, así que con mis doce polos negros tengo más que suficiente. Lo malo es que Anne me dice: “Papá, ¿la gente pensara que solo tienes un polo?” Y mis amigos se ríen porque en las fotos de viajes siempre salgo con el “mismo” polo negro.

Aprendiendo entonces, en este tránsito, que el trabajo es muy importante y lo valoro demasiado por tenerlo, pero que a veces también me desenfoca. No me pienso jubilar nunca, pero sí procuro bajar el ritmo. Me gusta trabajar y lo disfruto. Cuando creo tener un problema laboral “grave”, volteo, veo el mapamundi frente a mi escritorio y, al sentirme minúsculo, me doy cuenta de que no vale la pena preocuparme tanto por la chamba como lo hacía cuando tenía 25 y correspondía hacerlo. Ahora considero que estoy en cosecha. Creo que el verdadero éxito está en lograr equilibrio de vida.

Aprendí a escuchar la música de fondo. Esa, la de los instrumentos secundarios, que hacen que la melodía resalte. Tengo, felizmente, un parlante de alta calidad en mi oficina y cuando estoy sin gente aumento el volumen, escucho y despego. La música para mí es imprescindible. Si no, que lo digan mis audífonos cuando, en zapatillas y sudoroso, regreso temprano a casa, me paro en el jardín mirando las olas, escuchando bellezas y levitando de placer. Sencillo, pero efectivo.

El tiempo también es para brindarlo al que quiere hablar. Por eso persisto con mi Escuela de Negocios, para los que buscan algún consejo sobre cómo mejorar los suyos. Razón por la que me metí a la Beneficencia de Mollendo, a la Cámara de Comercio y ahora a apoyar al Patronato de los Bomberos. Sí, hay que devolver lo recibido.

Cumplir 60 no me provoca festejos. No haría fiesta, bulla, baile ni reunión grande. Prefiero seguir avanzando, sin hacer ruido. Medio escondido y por la vereda con sombra.

Según mi árbol Zuzu y Valdivia, al tener ancestros que murieron bastante mayores, mi probabilidad de alargar es un poco mayor. Entonces, para acrecentar esa lotería: comer un poco mejor, ejercicio continuo pero mesurado, menos Facebook y TV que no enseñan y más bien adormecen al cerebro. Menos uso del celular, al que aspiro abandonar algún día porque lo considero un terrible desconector social. Ahora más hojas para leer y escribir en este blog, porque ejercita mis neuronas. La sinapsis hará crecer mi músculo cerebral. No lo tengo asegurado, pero juego a que la probabilidad sea mayor.

Y claro que tengo tarea pendiente: seguir trabajando en no ser tan ansioso pretendiendo respuestas para ayer, cuidar mi hígado renegando menos y prejuzgar, como suelo hacerlo.

Y a los que tenemos sesenta y todavía nos creemos de veinte: sigamos avanzando, sí, pero sin negarnos. El cuerpo avisa y escucharlo también es inteligencia. Mejor aceptar el ritmo, cuidar lo que queda y caminar con dignidad. El tiempo ya no se trata de correrlo, sino de usarlo bien.

Carta por mi cumple en 1,981. Mi Papá a veces ceremonioso pero precioso a la vez.

3 respuestas a “Mis 60”

  1. Avatar de selflessbd0d570118
    selflessbd0d570118

    Feliz Cumpleaños atrasado Jorge
    Espero que lo haya pasado fantastico
    Un abrazo

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  2. Avatar de
    Anónimo

    Siempre es un honor leerte Tío Jorge, por más años escribiendo, para que muchos puedan leerte en cualquier parte del mundo.

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  3. Avatar de
    Anónimo

    Jorge, efectivamente cada vez estamos más viejitos, pero también más sabios. Mis felicitaciones por los 60.

    Un fuerte abrazo.

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