La Tribu Zuzunaga: un cura y un árbol genealógico que arde.

Once hijos. Sí, once. Alicia Flórez Zegarra y Hernán Zuzunaga Zuzunaga, mis abuelos paternos, no formaron una familia: levantaron una microrepública Zuzunaga con alta natalidad, cero planificación familiar y una energía conyugal que hoy debería declararse patrimonio hormonal de la provincia de Islay.

Aunque realmente los abuelos se conocieron en La Paz, fue en 1918 (quizá 1917, no hay consenso) cuando se casaron. Ella de 16 y él de 29. No había Netflix, y aparentemente la creatividad doméstica iba viento en popa: un hijo casi cada dos años y, de hecho, un ratio alto para estudio demográfico de Ipsos. Envidia para cualquier planificación urbana o bono demográfico de los que hoy necesitamos a gritos.

Pero nada supera el dato mayor del clan: el segundo hijo, mi tío Carlos, el que empezó el registro genealógico heredado del abuelo, soltó hace mucho la bomba familiar: “El primer Zuzunaga fue un cura español que llegó al Cusco.” 

Todos callados.

Y entonces nuestro árbol genealógico empieza con olor a incienso, ostia de por medio y sacristía en tinieblas.

Arbol Genealógico escrito en 1910 por mi abuelo Hernán. En la parte baja derecha puede verse su firma.

Encendiendo la luz.

Es fácil deducirlo: somos fruto del “pecaminoso pecado”, de esos que la historia familiar cuenta bajito pero con una sonrisa furtiva. Claro que felizmente también existió Sor Cristina Zuzunaga para equilibrar las travesuras del cura original, así que creo estamos tas con tas. O quizá, como políticamente se diría hoy: edición limitada de origen dudoso, pero con buena reputación social. Ahora comprendo que, con razón, mi familia siempre tuvo carácter y picardía por vivir. “De raza le viene al galgo.”

Y en medio de ese origen “bendito” aparece lo más curioso y a la vez humano de esta historia: Alicia enviudó en 1941, a los 40 años, con once hijos, suegra y cuñada en casa, y cero tiempo para lamentos. Hoy la gente entra en crisis si falla el wifi; ella sostuvo la casa y el apellido sin hashtags ni coaching motivacional. Lo que hizo de viuda haría llorar a más de un influencer que vive de consejos que no practica. Para coach motivacional de Instagram: ¡mi abuela! #AbuelaViudaYConGarra

De esa camada original, dos —Irene y Pancho— están con nosotros, vivitos y coleando con 94 y 91. Dos archivos vivientes. Dos auditores que saben qué pasó realmente y cuántas de nuestras historias son pura invención Zuzu: narraciones mejoradas, como toda buena tradición familiar.

Cual García Márquez, que decía:“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla.”

Sospecho que esa frase fue la icónica en este casi cónclave familiar que hicimos hace solo unos días en Lima.

Junto a Elsa, la primogénita de las nietas, organizamos este megaevento y logramos juntarnos con sangre “declarada” Zuzu. Digo “declarada” y sin prueba de ADN, porque por la historia narrada, fácil alguno no era de sangre, sino de imposición. El “pleno” fue en un chifa miraflorino y, ya de por sí, en estas épocas de Zoom y virtualidad, es bastante conseguir este quórum digno de sesión legislativa… pero de ese Congreso de los 80’s, porque ahora nuestros padres de la patria ni asisten.

El día esperado fue el jueves 27 y nos llegamos a reunir 26 Zuzus: un coro desafinado y hermoso.

Cuando los Zuzunaga hablamos, no conversamos: hacemos un ensayo de percusión, cual sinfónica sin director. Todos hablan, nadie escucha, pero por magia todos entienden. Cada quien trae su versión del pasado: si juntamos esas historias, mis abuelos fueron santos, marineros, alguna que otra “chuchumeca” – como decía mi papá -, héroes de la revolución, empresarios, fugitivos y visionarios… todo simultáneamente.

Eran las 7 (en punto, por supuesto, como buenos Zuzu) y aparecieron las primeras sombras en el hemiciclo chifero. Algo curioso: nos dimos cuenta de que, además de las copiosas cabelleras blancas y barrigas abultadas, la familia en su mayoría mantiene el pelo. Un punto a favor.

Muchos tuvimos que presentarnos porque hacía años que no nos veíamos, y ahí también coincidimos en que habría sido una buena idea llegar con un sticker en el pecho, mostrando nombre y padres, para que la comunicación sea más fluida.

Esperados los minutos de rigor, Fernando fungió de maestro de ceremonias, rompiendo el protocolo y dando chispas histriónicas a la noche que empezaba.

Uno a uno fuimos presentándonos y dando referencias de nuestros padres, hijos, parejas y cualquier dato que pudiera hacer reconocer las ramas que nos unen. Claro que hubiéramos necesitado un podador-traductor, pero sirvió la práctica.

Mientras llegaba el arroz combinado, el tallarín saltado de rigor, y los jugos que se rociaban inevitablemente por la mesa, las conversaciones fluían y los secretos afloraban.

Aquí algunas de las anécdotas que furtivamente escuché. Que hablen los primos. Que confiesen. Total, en esta familia lo prohibido siempre fue lo más divertido:

  • Siempre habíamos pensado que los hermanos de mi abuelo Hernán eran cinco, pero con el árbol descubrimos que fueron ocho, uno de los cuales se llamaba Napoleón, acrecentando entonces mi duda de por qué no me gustaba marchar en los desfiles escolares. De haber tenido en mi niñez el histórico dato, hubiera luchado por estar en la escolta.
  • Hernán tenía un cuadro grandazo en su habitación de soltero en La Paz. Ese cuadro era una calata de espaldas que trajo a su casa en Mollendo y que todos los nietos conocimos a escondidas. Mi tía Pepa nos decía: “esa calata es tu mamá”.
  • La abuela Alicia nació en 1901, se casó en el 17 del siglo pasado, enviudó a los 40 y, en el trayecto, tuvo 11 hijos.
  • El tío que criaba a Alicia, al haber quedado huérfana de padre y madre, la llevó a vivir de Tiabaya a La Paz, y ahí conoció a Hernán, quien era su trabajador y futuro yerno.
  • Cuando enamoraban, Hernán le compraba algún regalo a Alicia y ella no lo recibía por expreso pedido del padre. Supongo que pensaba: “es mal visto recibir algo del novio.” Cuando se casaron, él la llevó a la nueva casa y la sorprendió abriendo el ropero y encontrando adentro todos los regalos rechazados del noviazgo. Detallista el abuelo!
  • Encontramos también que, en este bosque genealógico, los nombres repetitivos son Alicia (seis coincidencias) y Hernán (ocho).
  • Hernán abuelo llegó con Alicia y Hernán (Jr.) desde La Paz, donde acababa de nacer, y se hizo cargo de la Empresa de Luz de Mollendo, en la calle Llosa. Ahí empezó el giro mollendino de esta gruesa rama.

Porque hay familias de todo tipo: una obra teatral con actores que improvisan y un guion que nunca se escribió (o se inventó), pero que todos juran conocer. Y si una mujer viuda, con once hijos y un apellido lleno de historias, levantó todo esto…

O como solía decir mi papá: «si mi padre no nos hubiera dejado huérfanos y con tantas carencias, quiza los Zuzunaga Flórez no hubiéramos resultado tan fuertes». Cuestión de perspectiva, añado yo. !Felizmente¡

Y claro, más allá de la gracias de esta historia, rindo homenaje a Rita Elena y Emilio Zuzunaga Leiva, porque si ellos —mis bisabuelos de allá por 1861— no hubieran tenido a mi abuelo Hernán, el Cónclave Zuzu 2025 no habría existido… y quizás Novuz hoy se escribiría con S.

Pero así es la vida: un apellido y un cura fundador pueden cambiar el alfabeto de una familia entera.

De hecho, puedes leer mas de la historia de los Zuzunaga en Mollendo aqui: https://novuz.blog/2024/11/23/legado-z-en-mollendo/

Una respuesta a “La Tribu Zuzunaga: un cura y un árbol genealógico que arde.”

  1. Avatar de speedilygleaming3c35484eff
    speedilygleaming3c35484eff

    Yo me enamoré y casé no solo con Tuqui Zuzunaga, sino con toda su linda familia, lamentablemente no pudimos asistir a la reunión por problemas de salud; nosotros nos la perdimos.

    Besos y abrazos

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