Un año a fines de octubre y el inicio oficial el 1 de noviembre. Sí, así empezó esta aventura de darle cuerda a mi cerebro y exponerlo en público sin anestesia. Créanme que me costó mucho trabajo soltar los candados para escribir. Después, como todo, uno se acostumbra y aprende a encalatarse…
Todo comenzó con una obligación autoimpuesta. ¿La culpa? Vargas Llosa. Desde que leí —hace muchos años— que Mario se encerraba a escribir los siete días de la semana, se me quedó grabado que era la única forma de parir ideas. Y claro, yo también quería mis propios partos literarios, pero sin epidural, por supuesto.
Claro que no todo fue espontáneo. La cosa es que postergué durante años la idea de publicar. Siempre había una excusa: no era el momento, tenía que pulir más, el famoso perfeccionismo que termina siendo un círculo vicioso. Hasta que en agosto de 2024 tomé un curso virtual con el capo de Alonso Cueto, al que leo todas las semanas en El Comercio. El nos repetía en cada clase: “Publiquen lo que tengan en la cabeza, no esperen pulir y repulir”. Esa frase empezó a circular cada vez más en mí.
Pero hubo un gatillazo aún más directo: una tarde telefónica Andrea me dijo:
—“Ya pue, pa, a tu edad te tiene que importar poco lo que la gente piense de ti por lo que escribes”.
Listo. Ya no había marcha atrás.
El destino también puso de su parte: estaba en casa de Mari, mi hija, y justo Ale, mi yerno, estaba disponible. Con su conocimiento en informatica me animó, y en pocas horas configuró la página en WordPress —esa plataforma famosa de gestión de contenidos— y me explicó cómo funcionaba esa cosa de los formatos y la carga rápida. Ese primer fin de semana lo pasé recopilando y editando los textos que tenía guardados como si fueran botellas de vino añejo.
—“¿No has dormido por avanzar?”, me dijo Ale una mañana de domingo.
Él también me enseñó a usar ChatGPT: mi negro literario exprés. Sin mayor costo y con entregas inmediatas. Me corrige ortografía, me arma copies para redes y me permite despachar sin demora, que para un desesperado como yo es perfecto. Mari me ayudó con el logo, y los colores los saqué de los tonos de la SCNF francesa porque justo veníamos de un viaje en tren. El nombre fue un juego entre novo (nuevo) y Zuzu, con esa “Z” que siempre me gusta. Quizá nOVUz como premonición: una nueva etapa de mi vida.
¿Y por qué con minúscula inicial y final, y mayúsculas en el medio? Porque me gusta romper lo establecido, ir a contracorriente, que se viera raro.
Y así, sin darme cuenta, llegué a 71 publicaciones en doce meses. Yo, que nunca hubiera imaginado semejante maratón, de las que en el trote ya no puedo hacer. Lo hago porque la sinapsis se me dispara con cada relato de nOVUz. Escribir aquí es mi ejercicio de la azotea: gimnasio neuronal semanal, disciplina que compite con mis tics felices y con esa obsesión de medirlo todo.
Y como a mí me encantan las estadísticas (otra de mis manías), reviso los números que me arroja WordPress: en este primer año he escrito más de 87,000 palabras y recibido algo más de 33,000 visitas. Increíble para alguien que durante tanto tiempo pensó que no era “el momento”. Una de las sorpresas que encontré es que, en este primer año, Juliaca y Macusani son la cuarta y quinta ciudades que mas leen mis locos relatos. Otras de afuera que destacan por el tráfico de este blog son las lejanísimas Ankara, Dublin y Lulea. Así que no sería mala idea ir por allá con mi letrerito en mano diciendo: «soy Jorge, el de nOVUz»
Eso sí, todo tiene un costo. Para cumplir con la meta de publicar cada semana, mis fines de semana se van en imaginar, corregir y editar durante por lo menos cuatro horas. El gran perjudicado: mi jardín adorado. Ese espacio verde, que me encanta —en mi lista de vida quiero también ser un octogenario jardinero— siempre fue mi terapia manual y mi cable a tierra. Pero lleva meses esperando que lo pode con el mismo esmero con que reviso mis textos. Y me duele, porque lo disfruto tanto como escribir.
Y, como consecuencia de tanto teclado, vinieron los comentarios en la calle. Desde el clásico:
—“Tu historia me gustó”.
Hasta el más entrañable, cuando una señora me abrazó en la calle:
—“Se la mandé a mis hijos, para que sepan que todavía existe la continuidad en el amor de pareja”.
Esas frases, lanzadas de improviso mientras camino, me hacen ver que Novuz ya no es solo mi terapia escrita.
El resultado es irónico: lo que empezó como un pasatiempo casi terapéutico terminó convertido en otro patrón de disciplina y continuidad. Ahora resulta que algunos me leen y, de yapa, hasta soy consejero matrimonial involuntario. Y yo, que solo quería despacharme un rato con el teclado, terminé esclavo de mi propio calendario: incapaz de saltarme una semana porque mis tics no me lo permiten. Así que aquí estoy, atrapado, sumando visitas y palabras… hasta que la sinapsis aguante… y las fuerzas permitan.

Rio Duero, Oporto-Portugal. Oct 2024…trote madrugador con celular en mano
para la foto inesperada, como la que me salió aquí.


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