Karenpatra: la reina que casi vendo en Egipto

Entre papiros falsos, dólares, Excel mental y la incertidumbre de cómo estacionar mil camellos en Mollendo.

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Muchas veces hemos pensado en los cuentos de Alí Babá, la serie de los 70 Mi Bella Genio, Simbad el Marino de Las mil y una noches o las aventuras de Marco Polo, el viajero sin Instagram que conoció literalmente medio mundo. Y me refiero a estas y muchas otras legendarias historias de nuestra infancia que, por lo estrambótico de lo relatado y porque se trataba del lejano oriente, más curiosidad nos daban.

El Nilo no solo es un río, sino también un espejo donde podemos reflejarnos y que, a su vez, nos puede confundir en el tiempo. A mí me pasó en El Cairo, cuando llegué hace poco como turista y descubrí que Karen no era Karen. En esta histórica y gran ciudad – tiene 22 millones de habitantes!- donde se mezcla el ruido de las bocinas, el tráfico —que dicen es el más caótico del planeta (por ahí que quien dijo eso no ha manejado en el Perú)—, el inconfundible olor fuerte a especias y sobacos, y el grito de un vendedor de papiros made in China, ahí, justamente ahí, nació Karenpatra. Y no fue casual: porque existe una leyenda egipcia que dice que aquí a los turistas les pueden llegar a ofrecer comprar a sus esposas… y ese mito, de pronto, dejó de sonar tan lejano.

Caminábamos juntos por el architurístico bazar Khan el-Khalili y Karenpatra, guardando el outfit mollendino por la advertencia que nos hacen a los viajeros de que las mujeres deben ir más tapadas de lo normal para no enervar la cultura del lugar, cuando escuché que un vendedor fue el primero en atreverse:

—Hermano, ¿esa reina es tu esposa?
—Sí —contesté orgulloso, cual Ramsés II, el de sus ocho esposas, cien concubinas y más de 120 hijos.

Él sonrió, como oliendo una oportunidad, y me dijo:
—Entonces eres rico. Un tesoro así puede venderse. You are a lucky man!.

Me reí, recordando la leyenda. Me reí por fuera, pero por dentro me quedé pensando seriamente. Sobre todo cuando el vendedor empezó a dar cifras. Primero la oferta fue en la moneda local, las libras egipcias, y como intuía que yo no entendía el valor, comenzó a dar los montos directamente en dólares. Fue entonces que mi Excel mental se activó (por supuesto, al tipo de cambio libras egipcias/dólares).

Soñé despierto entonces: ¿qué haría con esa dote? ¿Algo más de capital de trabajo? ¿Un fondo de inversión? ¿Un edificio para alquilar e incrementar ingresos? Los números pasaban por mis ojos como pantalla de máquina tragamonedas de esas bulliciosas que hay por miles en las orillas de El Cairo. Lamentablemente, sentí un jalón de Karenpatra, que me arrastraba a un puesto de dijes y colgandijos, distrayéndome de mis pensamientos financieros.

A los días volamos hasta Luxor para desde ahí tomar un crucero por el Nilo que va hasta Asuán. Caminando de la mano junto a mi doncella, un guía, con la solemnidad de sacerdote, me dijo:
—Hermano, esa mujer vale más que cualquier estatua de las que tenemos en Karnak.

Ella sonrió y a mí nuevamente se me prendió el Excel en la corteza prefrontal. Pensé que exageraba hasta que subió la oferta. Entonces me di cuenta de que la inflación egipcia no perdona ni al matrimonio.

La primera mañana que pasamos en Luxor nos tocó madrugar para dar una vuelta en globo aerostático y ver el Valle de los Reyes desde el aire con el sol naciente. El piloto no quiso cobrar el ticket de Karenpatra, aduciendo que podría ser motivo de descuento en posterior negociación. Le agradecí y pagué igualmente, aunque mi mano se demoró en entrar al bolsillo por las libras egipcias.

Y mis dudas crecían: ¿y si aceptaba? Me imaginaba regresando solo a Mollendo, explicándoles a mis amigos que para nada me había separado, sino que la “había colocado bien en Egipto”. ¿Qué cara pondrían al verme “triste”, pero con las cuentas más abultadas? Estoy seguro de que alguno me diría: “Zuzu, hiciste el negocio del siglo!”.

Pero fue en Abu Simbel, al final del tour en barco, que las ofertas alcanzaron niveles de espanto: los colosos de Ramsés fueron testigos de un remate insólito: camellos, oro, dólares y hasta criptomonedas. El que ahora sonreía nervioso era yo, porque todo sonaba a chiste… pero.

Y si alguna de las dotes incluía mil camellos, ¿cómo haría para trasladar esos enormes dromedarios hasta Mollendo? ¿Dónde los estacionaría en la calle Comercio?

El guía nos había contado que un camello de raza podría costar hasta unos cinco mil dólares, por lo que fue inevitable hacer la multiplicación mental. Era realmente para pensarlo.

Al final de la travesía entendí que ni siendo yo Jorge César ni ella Karenpatra… Y aunque Julio César conquistó a Cleopatra, yo humildemente navegué el Nilo con Karenpatra, escuché propuestas tentadoras y regresé a Mollendo como JorgeCésar: sin imperio, pero con la mercancía intacta.

O al menos eso creo… Porque, a veces, cuando cierro los ojos y recuerdo las cifras, los camellos y las criptomonedas, me pregunto si no debí haber hecho el negocio del siglo.

4 respuestas a “Karenpatra: la reina que casi vendo en Egipto”

  1. Avatar de
    Anónimo

    te pasas jorge que linda travesia exceñente sueño y ahi se queda en un sueño mo hecho realidad el amor es lo mas puro

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  2. Avatar de selflessbd0d570118
    selflessbd0d570118

    Que divertida historia !!!

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  3. Avatar de
    Anónimo

    Esto realmente pasó?

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  4. Hola!, no paso. Es solo un cuento que me imaginé para hacer el viaje divertido y en referencia al mito antiguo de que antes, en el medio oriente, te podían ofrecer comprar a tu esposa. Así que…soñar no cuesta nada 😉

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