Tres formas de gobernar: el que llama a su enemigo, el que contrata cerebros y el que se queda con su espejo. Cualquier parecido con la realidad…
Hay presidentes y autoridades públicas que saben que no saben y se rodean de quienes sí saben.
Hay otros que saben que no saben, pero prefieren aparentar lo contrario y terminan hundiéndose.
Y hay una tercera categoría, la más peligrosa de todas: los que creen que lo saben todo, rechazan a quienes podrían ayudarlos y se quedan solos con su ego.
Cuando se lea este artículo ya habrá empezado el último año de gobierno de Dina Rolex, y el país parece un público mirando uno de esos famosos reality shows sin libreto: rotación de ministros récord —66, que equivalen a uno cada 13 días—, crisis política crónica y un gobierno que, lejos de buscar talentos con capacidad, ha preferido encerrarse en su propia burbuja.
Y todo esto vino a mi porque hoy leí un artículo de Jaime Chincha: “La historia debe repetirse” (La República, 27/7/25, pág. 13), donde recordaba ese episodio casi de fábula: cuando el presidente Manuel Prado llamó a su crítico más feroz, Pedro Beltrán, para ofrecerle el premierato y la cartera de Economía, que en esa época se llamaba Hacienda. ¿Imposible? No: pragmatismo puro.
Aunque la gran mayoría de los que leemos esto ahora no habíamos nacido durante la anécdota de Prado, recuerdo cuando mi papá me la contó y me quedé impresionado.
Prado y Beltrán, año 1959.
El Perú está al borde de un colapso económico: inflación galopante, déficit fiscal disparado, huelgas y malestar general. ¿Algo se parece a lo de hoy, no? Recordemos que en los 50 se salía de una crisis global de primer orden por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.
El presidente Manuel Prado Ugarteche, un tipo aristocrático y hábil para el diálogo, tiene un problema enorme: su política económica no convence y sus críticos se lo comen. El más feroz de ellos es Pedro Beltrán Espantoso, director del influyente diario La Prensa de la época. Cada mañana un titular criticaba ácidamente y hacía sangrar al gobierno.
¿Qué hace Prado? ¿Se indigna? ¿Le manda un emisario a negociar silencio? ¿Le abre un juicio? No. Recordemos que en esos años todavía se guardaban las composturas y no como ahora que Jerí, el “presunto violador”, ha salido elegido presidente del Congreso.
Prado hace algo tan improbable que parece un error: lo invita a conversar —¡al enemigo!— y le ofrece primero el Ministerio de Hacienda (lo que ahora es Economía) y casi al instante la Presidencia del Consejo de Ministros.
Se lo da al que lo acusaba de incompetente, al que tenía como hobby favorito desarmar sus políticas y lanzar furibundas críticas.
¿Por qué lo hizo? Porque necesitaba resultados.
Beltrán acepta, pero con una condición: plena autonomía.
¿Díganme si no es para aplaudir a ambos?
El plan aplicado fue duro: unificación del tipo de cambio, eliminación de subsidios, ajuste del gasto. Resultado: la inflación cedió, el tipo de cambio se estabilizó y el Perú recuperó credibilidad. Claro, hubo muchos que reclamaron los ajustes, pero el resultado se dio. ¡Punto certero al blanco!
¿Dolió políticamente? Casi seguro. ¿Lo acusaron de bajar la cabeza ante un enemigo? También. ¿Se ganó un enemigo dentro de su propio partido? Por supuesto.
Pero la economía sobrevivió, el barco empezó a flotar nuevamente y Prado quedó como un político capaz de tragarse el orgullo por el bien del país.
Dicen que al final Prado y Beltrán no se hicieron amigos entrañables, pero tampoco volvieron a ser enemigos. Se respetaron. Y eso, en política peruana, ya es un milagro.
Ronald Reagan: el actor cowboy que supo que no sabía
Vayamos entonces a 1981. Estados Unidos elige presidente a un ex actor de Hollywood, Ronald Reagan.
Recuerdo clarísimo que en la revista Caretas, que llegaba a mis manos cada semana, leí algo así como: “¿Un cowboy podrá gobernar? Si solo sabe montar caballos”. En ese artículo hablaban de cómo Reagan había entrado a hacer política activa pasado los 50, y ese recuerdo fue también para mí un motivador de vida al pensar que: “nunca es tarde”.
Carismático, experto en discursos, con una sonrisa que podía vender lo que quisiera… pero sin experiencia en economía y menos en política.
¿Finge ser un genio en todo? ¿Se rodea de adulones? No. Contrató a los mejores: un gabinete de técnicos de primer nivel, desde economistas como David Stockman —un capo en tributación— y el apoyo de otro líder como Paul Volcker en la Reserva Federal (nuestro Julio Velarde en el BCR, para tenerlo más claro) hasta asesores estratégicos que diseñaron una política exterior que terminaría presionando la caída de la Unión Soviética.
Como describió The Economist: “Reagan sabía qué podía hacer bien (liderar, comunicar, generar confianza) y qué no (diseñar política económica compleja). Su pragmatismo lo llevó a dejar el detalle a expertos que podían eclipsarlo. ¿Resultado? Reformas económicas de gran impacto, reducción de inflación, crecimiento sostenido en los ochenta y una posición geopolítica que marcó la historia”.
Un presidente que reconoce sus límites y delega en quienes saben. Parece fácil, ¿no? Pues no lo es. En política, la humildad suele ser más rara que la honestidad en licitaciones públicas peruanas.
Y volviendo a casa…
Dina Boluarte asumió el poder en diciembre de 2022, tras la caída de Pedro Castillo, con una promesa: ser un gobierno de transición, buscar consensos y estabilizar un país convulsionado.
¿Qué hizo? Mantener gabinetes de rotación récord, con ministros que parecen escogidos con el método de “a ver quién atiende el teléfono”; evitar convocar expertos de renombre que pudieran dar peso técnico o político; gobernar con un círculo pequeño, cerrado, con decisiones que se ven más reactivas que estratégicas.
Mientras Manuel Prado se tragó el orgullo y llamó a su crítico más feroz, y Reagan reconoció sus límites rodeándose de cerebros de primera, Boluarte parece haber elegido la tercera vía: confiar en un espejo roto, donde solo se ve su propia versión del poder. Misma Blancanieves: “Espejito, espejito, ¿quién es la más trome de todas?”
El resultado está a leguas: 2,5% de aprobación (encuesta IEP del 22/7/25), una insensibilidad a rabiar, aparente ceguera con la realidad, conflictos sociales evadidos y un país con la sensación de que no hay rumbo, que vamos a la deriva. ¡O solo tiene asesores que le dicen mentiras y ella les cree, o simplemente su ego es tan grande que no se da cuenta!
Acaso cuando a uno de nuestros hijos le duele el estómago, ¿lo llevamos al contador o al pediatra? Cuando vamos a construir nuestra soñada casa, ¿hablamos con un arquitecto o pedimos consejo a un astrólogo? ¿No se da cuenta de que el sentido común nos dice que el mejor consejo, análisis y determinación vendrán de un tecnócrata que sabe? ¿Para qué intentar de nuevo descubrir la pólvora?
Si quiero un cebiche delicioso, ¿le pregunto el secreto a Gastón Acurio o a Juan Carlos Oblitas?
¿No sería hidalgo que consiga a un “Beltrán” de estas épocas y que termine su último año en mejores condiciones? Y de paso que se limpie un poco el rostro político.
No todo pasa en “La Casa de Pizarro”, en Lima.
Hoy la provincia de Islay vive uno de sus mejores momentos desde que, creo yo, Mollendo dejó de ser puerto y el servicio se trasladó a Matarani allá por 1947.
¿Y nuestra máxima autoridad local?
El alcalde provincial, Ale Cruz, en la práctica parece más concentrado en discursos para la foto que en convocar a gente capaz de diseñar y ejecutar proyectos de impacto.
Solo como pequeño ejemplo: desde la Cámara de Comercio de la Provincia de Islay hemos intentado varias veces acercarnos a él y ofrecerle la intención y buenos oficios de los que la conformamos para juntos empujar el coche en el mismo sentido. Queremos que su gestión sea exitosa porque al serlo la provincia avanzará. Nunca nos ha hecho caso. Quizá cree que somos competencia cuando lo que ofrecemos es apoyo.
Es como si la provincia tuviera el mejor clima económico de los últimos 50 años… pero su piloto automático estuviera a cargo de alguien que prefiere el aplauso corto antes que la estrategia de largo plazo.
¿Resultado? Se pierde velocidad en momentos donde deberíamos estar a máxima marcha. El viento sopla a favor.
Las inversiones ya están aquí y simplemente estamos dejando pasar la oportunidad de “negociar” —esa palabra que muchos detestan y que suena mal— sacando el mejor provecho para la provincia.
El patrón que se repite: ¿te suena familiar?
Mientras tanto: Prado llamó a su enemigo y estabilizó el país. Reagan contrató a los mejores cerebros aunque supieran más que él. Nosotros, en la Provincia de Islay, tenemos viento a favor como hace medio siglo no veíamos… pero un timón que parece más ocupado en su propia narrativa que en aprovechar la oportunidad.
La gran ironía es que Prado ganó respeto con una sola llamada incómoda; Reagan ganó poder con una sola decisión humilde. Boluarte corre el riesgo de perder hasta la poca legitimidad que tiene por no hacer ninguna de las dos cosas.
“El poder se mide en decisiones, no en discursos. El ego en la política es como el selfie del cebichito en redes: sirve para la foto del momento, pero no paga planillas, no baja la inflación y no atrae inversión… que tanto nos falta”.


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