Huachafómetro activado: cuando parecer importa más que hacer.

He intentado escribir este artículo activando el huachafómetro sin anestesia. Si en tu firma de correo llevas más títulos que ideas, si usas “articular” en lugar de “hacer” y te presentas como CEO aunque trabajes solo… prepárate. Si me hago llamar “Señor”,  “ingeniero” o “magister” , porque suena bonito, hay algo raro en mi. “Dime de que te jactas y te diré de que adoleces”.  

No es personal (aunque podría parecerlo). Solo una invitación, en voz alta y sin PowerPoint, a volver a hablar como gente…

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Cada vez que alguien me dice: “Te contacto más tarde”, me dan ganas de pedirle que me hable como si estuviéramos tomando un café, no en una reunión del Banco Mundial. ¿Qué fue de decir “te llamo”, “te escribo” o, más mundano aún, “te hablo después”? ¿Desde cuándo la vida cotidiana requiere protocolo diplomático?

Y claro, el clásico cuando ya no creemos en algo, vamos con fe. ¿¡Con fe en qué!? Si ni saben en qué consiste lo que están haciendo, que en realidad significa: no tengo ni idea si esto va a salir bien, pero ya lo solté para que el universo lo repare.

Pero eso sí: se contacta, se articula, se visualiza. 

Una vez me soltaron: “Visualizo tu preocupación”. Yo no quería que la visualizaran, solo que me devolvieran el vuelto que me debían hace diez minutos en la caja de una empresa de celulares.

Ya no se trabaja: se “ejecutan acciones”. Ya no se vende pescado: se “comercializan productos hidrobiológicos”. Y no se fracasa: se “reformulan estrategias”. Todo suena a sesión de comisión de trabajo de nuestro Parlamento con 3% de aprobación: mucha palabra elegante para esconder que no se está haciendo nada. Como si sonar complejo justificara la improvisación.

Ahora se “mapea” y se “agenda”, aunque ni agenda física ni digital lleven. Se olvidan de todo porque, claro, “estuve full”. Y te escriben al chat para preguntarte si pueden llamarte. Ahí más bien, ni respondo. —“No te timbro porque debes estar ocupado”— me dicen. Timbra nomás. Si estoy ocupado, te devuelvo la llamada. Así no perdemos tiempo en esta danza inútil de cortesías ejecutivas.

Leí hace mucho una entrevista a un alto directivo peruano que decía: “El día tiene 24 horas para todos. Quien diga que no le alcanza es porque desorganizado debe ser”. Concuerdo al 100. Especialmente cuando me lo dijo alguien que coordina por WhatsApp durante una reunión en la que no habla nada. Y hasta chabacano es usar el ilustre aparato cuando estan conversando contigo.  Eso no es modernismo. Es simple descortesía.

¿Y ante esas frases cargadas de anglicismos o lenguaje churrigueresco, no te has sentido tentado a decir: “¿y en cristiano que significa?

En la universidad tuve un profesor —perdón, catedrático— de marketing que nos entregó una tarjeta de presentación tan recargada que parecía folleto de feria empresarial: “Experto en estrategia comercial”, “Magíster en Educación”, “Consultor en Comercio Exterior”. Siempre me pregunté si alguna vez manejó un negocio real. Nunca. Trabajaba en una empresa pública y por las noches dictaba “cátedra”.

Hoy, las tarjetas vienen en vertical, con código QR, fondo metalizado y mínimo cuatro líneas de títulos. Siempre está el rol de fundador, coach, embajador de marca y director de su propia pyme con dos trabajadores: él… y su sobrina que de Excel tiene conocimiento “intermedio” – entiéndase, nada.

Hace poco conocí a un “emprendedor” que, en una reunión de “trabajo”, me entregó su tarjeta subtitulada con esta joya: “No hay éxito sin liderazgo sostenible”. Casi me orino de risa. Me dijo que era asesor de negocios. Cuando le pregunté en qué negocios había invertido con su propia plata, me dijo que en ninguno. ¡Descartado!.

También están los que firman como:
Ing. Pedro L. Ramírez V. – CEO & Founder / Máster en Coaching Empresarial
Y uno solo quiere saber si vende pan o repara autos. Ya nadie es “Pedro, el que tiene la ferretería”. Ahora es “el CEO de soluciones ferreteras integradas”. Si tiene un MBA, lo pone en la tarjeta, en la firma del mail, en el parabrisas del carro… y si pudiera, en su plato de chupe o de perol…para los mollendinos entendidos.  Que se note, que brille. Lo que interesa es la finta, la imagen…no el fondo, en el que siempre procuro aterrizar.

Y qué decir del manoseado “dejé todo en la cancha”. Lo sueltan después de mandar un informe con errores de ortografía. O lo repiten los jugadores de la selección peruana tras perder 3-0 contra Argentina. ¿Qué cancha? ¿La de no haber entrenado lo suficiente como para que ni el Cristo Morado te quiera mirar de reojo despues de haberle prendido mil velas?

“¿Por qué no escribes con un lenguaje más académico en tu blog Novuz?”, me han dicho algunos. Les respondo, con cachita: porque no hay dos versiones de Jorge. Y me río por dentro.

Cuando ya no queda más, apelan al azar: “¡Qué suertudo!”. Como si el logro fuera un golpe celestial por repetir la palabra “estratégico” en cada frase.

Y entonces aparece el Estudio Pérez, Abogados & Asociados, que en realidad es solo Pérez, en su oficina de 12 metros cuadrados, con una secretaria que a veces llega y a veces no. Pero cuidado con decirle “señor”, porque te mira como si lo hubieras insultado. Es Doctor, faltaba más.

Y esas presentaciones amicales que comienzan con:
—“Te presento a Juanito Ramírez, accionista principal de la fabricaza que produce para Coca-Cola.”
¿Y a quién le importa? ¿Qué tiene que ver su billetera, la camisa rayada Tomy o el Mercedes que maneja, con que estemos saludándonos? Me dan ganas de decir:
—“¿Me puedes alcanzar tus estados financieros para analizarlos primero y decidir después si te doy la mano o no?”

En Sudamérica, y especialmente en Perú, tenemos la manía de anteponer el título a la persona. No es Juan ni Pedro. Es el doctorel ingenieroel magísterel dueño del BMW. Como si eso dijera algo más profundo sobre su capacidad de ser decente, interesante o simplemente una buena persona.

¿Se acuerdan del clásico “Dígame licenciado” de la serie mexicana, cuando el abogado se ofendía si no lo titulaban al hablarle?
Pues aquí el que vende focos se presenta como asesor energético. Y ya no hay vendedores, sino asesores comerciales.

Y así, bajo un sol inclemente, en pleno Chincha a 30 grados, ahí está él: terno azul marino, lentes de marca, maletín Renzo Costa en la derecha (probablemente vacío) y el diario Gestión de la semana pasada en la izquierda. Caminando hacia el Palacio de Justicia como si fuera Javier Valle Riestra en versión “low cost”.  

Dime como te vistes y te dire como te trato.  En temas de “outfit” si estoy realmente fregado. Si no pregúntenle a Karen, mi “asesora de imagen”… de la que voy a escondidas y escapando por los rincones del jardín, para que no me vea salir a la calle “con ropa de diario”. No tengo otra.

Te invitan a una reunión “para generar sinergias” —aunque al final solo toman café— o suben una historia en LinkedIn con un texto como: “Gracias a Dios por otra jornada de alto impacto”. ¿Alto impacto para quién? ¿Para el barista?

Y así seguimos:
— Te respondo en breve (es decir, en tiempo indeterminado); Démosle un rostro al ciudadano de a pie; Aperturamos a las 19:00; ¿Brandeamos el corner de tu tienda…?

Hablemos como somos. No hace falta disfrazar con palabras largas lo que se entiende en corto. Porque al final, como decía Sofocleto —ése que “visualizó” la huachafada peruana hace más de cincuenta años—:
«El que mucho habla difícil, poco hace fácil.»

2 respuestas a “Huachafómetro activado: cuando parecer importa más que hacer.”

  1. Avatar de azzzg

    Hermoso! gracias por hacerlo fácil😘

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  2. Avatar de speedilygleaming3c35484eff
    speedilygleaming3c35484eff

    Creo que la pandemia del covid a disminuido la guachafería de usar ropa de marca, manejar autos tentadores de «choros», portar relojes de alta gama etc. En realidad a pie valemos igual que dentro de un carro Mercedes. Vaioso, es nuestro tiempo, nuestra salud y ser feliz.

    Jorge, magnífico tema, muy bien enfocado en tu relato. Gracias por compartirlo.

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