27 años vendiendo sueños a crédito: la historia de Credishop

Un negocio que empezó con susto y oración y terminó con gratitud.

Era fines de 1995 y estaba saliendo del negocio de Gran Pig, esa granja porcina que había puesto dos años antes con Beto y la cual no crecía. Entonces, Carlos me dijo que había una oportunidad para tomar el hotel del nuevo Terrapuerto de Arequipa que estaba por inaugurarse y viajé a verlo. Por medio del BCP, como Carlos era un alto funcionario, había posibilidad de que evaluaran un préstamo para ese negocio.

La idea era que con ese dinero bancario, más lo que yo podría conseguir al liquidar mi parte de los chanchos, me alcanzaría para algo nuevo.

—¿No has pensado en electrodomésticos? —me dijo mi papá. —No, porque veo que los dos locales que ahora los venden están del mismo tamaño hace muchos años —le respondí.

Mi papá tenía siempre buena vibra a los electrodomésticos porque él tuvo uno propio por algo más de 20 años. Lo transfirió a mediados de 1970, cuando yo tenía 5, así que nunca lo pude conocer. Con él hicimos una lista en borrador de lo mínimo que se tendría que vender al mes para tener por lo menos equilibrio. En una hoja —reciclada, por supuesto— que aún conservo, pusimos el presupuesto estimado de lo que se podría vender en un mes promedio y resultaban números interesantes. Ese fue el “estudio de mercado” que hicimos con mi papá. Digno para enmarcarse en algún rincón de mi actual oficina.

Estaba cerrada la decisión de hacerlo y ya era finales de enero de 1996.

—¿Cuánto me puedes dar? —le dije a Carlos, para que sirviese de capital de trabajo. —42,000 dólares— me respondió.

Yo tenía otros 7,800 dólares disponibles. Con eso ya se tenía asegurado el inicio. ¡A correr!

Vi un local en la esquina de Dean Valdivia con Comercio —donde actualmente funciona la pollería El Rancho— y lo alquilé a la Beneficencia, quien es la propietaria. Era el local donde por muchos años atendió la tipografía Minerva de René Borja. El negocio anterior a mi inauguración fue una pastelería.

—No pongas negocio en esa esquina porque es salada —me dijo una señora, en buena onda.

¿Y el nombre? Barajé varios, y por la mezcla de vender al crédito, salió Credishop (CS). El logo inicial me lo hizo Chichi. Imprimimos 300 cartas de invitación a futuros clientes, donde les dábamos la bienvenida y se les otorgaba una línea de crédito a cada portador. Esas se repartieron la semana anterior a la inauguración.

César, que trabajaba conmigo en la granja, pasó a ayudar parcialmente en los preparativos. Llegaron también Raúl y Martín, pero faltaba una chica para romper lo masculino, y así el equipo estaría armado.

Pedí referencias a los amigos para contratar a alguna y entrevisté a cuatro. Una de ellas fue Karen, a quien no conocía. A los pocos días empezó a trabajar y me contó mucho después que le caí bomba en un inicio porque era un mandón. Serían los nervios o el ímpetu, pienso ahora.

El local tenía apenas 45 metros cuadrados, incluido un espacio que serviría de oficina. Víctor hizo el diseño de la distribución, andamios, vitrinas e iluminación. Ya era la primera semana de marzo y viajé a Lima a comprar la mercadería. De electrodomésticos sabía yo en esa época tanto como ahora de astronáutica.

El mismo día que viajaba a Lima pasé temprano por el BCP en Arequipa, recogí el cheque de gerencia y tomé el vuelo con el jugoso documento, nervioso, en las manos.

Como ya tenía contactos, mi primer día de trabajo fui a Samtronics, el distribuidor de Samsung en el Perú, y me pasó algo muy curioso. Freddy era el gerente de la empresa —a quien conocía desde hacía muchos años en Arequipa— y le fui sincero en el momento en que, gentilmente, me atendió:

—He vendido polos, autos y chanchos, y de electrodomésticos no sé nada. ¿Qué me aconsejas comprar?

Le extendí el cheque de los 42,000 dólares y escribió en un papel: 7,000 para Samsung, 7,000 para Sony, 7,000 en línea blanca de Coldex y algo menos para Aiwa, Phillips, Oster y otros. Freddy me sugirió incluso qué productos comprar de las otras marcas. Un gesto de amistad por el que le tengo una gratitud enorme.

—¡Ah! Reserva 2,000 para algunos muebles, un fax y algo de capital para gastos menores que se te presentarán —me dijo al despedirse.

Gasté todo en dos días y llamé a Fito —debe estar cascarrabiando porque puse su nombre ahora aunque falleció hace mucho— para coordinar la llevada hasta Mollendo. Desde ese día nació una amistad muy estrecha y fructífera con él porque siempre se portó caballerosamente conmigo.

Llegué a Mollendo con más nervios, y a los pocos días arribó el camión y a desempacar todo. Pocho estuvo siempre presente en los preparativos de este nuevo negocio y de los otros que abrí. Siempre al pie del esfuerzo y siempre gratuitamente. Alberto se encargaría, con su peculiar orden, del cárdex, y también siempre fue un incondicional en este inicio. El mejor de los recuerdos por siempre a ellos dos.

Eran los primeros días de abril y, con el correteo, programamos la inauguración para el 6 de abril… de 1996.

A las 10 a. m. de ese sábado, aun con las puertas cerradas de ese pequeño local, mi mamá trajo agua bendita en una botellita, la esparció e hizo una oración a la que todos seguimos y después hizo la primera compra. Levantamos la pesada puerta y fue la señora Gladys Cornejo de Abusada quien entró e hizo la primera compra “oficial”, convirtiéndose así en el inicio con la mejor vibra. Gladys, durante muchos años, me molestaba y me decía que tenía que darle descuento especial por el título que tenía, y con mucho afecto se lo hicimos en sus innumerables compras. Buenas autodenominadas madrinas tuvimos.

En esas épocas se vendía al público en dólares y recuerdo dos cosas del primer y especial día: haber vendido casi 10,000 (el 25 % del stock!), y reaccionar cuando manejaba mi camioneta por el Cine Teatro, solo y emocionado, yéndome a dormir a mi depa, cerca de las diez de la noche. No tengo otro recuerdo porque el resto fue adrenalina que me hizo nublar.

Durante la primera semana hice reposición. Toda la mercadería llegaba desde Lima, y recuerdo también que, por la proximidad de la campaña del Día de la Madre, tuvimos que traer esa mercadería por avión, por lo que fui a recogerla al aeropuerto. El proveedor de Lima se rió por la premura aérea, pero igual nos resultó bien la logística de urgencia.

A los días, el dinero ya no alcanzaba y ahí empezó mi estreñimiento. Suena gracioso, pero es cierto. Puedes encontrar esa historia en particular en: https://novuz.blog/2025/03/04/como-sobrevivir-al-curriculum-vitae-sin-estrenirse-en-el-intento/

Al vender al crédito, porque más del 80 % de las ventas eran bajo ese esquema, el negocio se quedó sin disponibilidad en pocos días. Por eso fui al BCP, y ahí Roberto, un buen amigo en lo personal y con el negocio, intuyó el crecimiento y siempre nos dio las facilidades para conseguir billete, el que yo aceptaba sin preguntar tasa y al mayor plazo posible. El objetivo era cubrir el capital de trabajo a cualquier costo.

Al inicio, César se encargaba de la logística, Raúl y Martín de las ventas y Karen de parte de la administración y apoyo en ventas. Yo de la plata, marketing, campañas, fumar (20 cigarros diarios), pedidos de mercadería y pago a proveedores. No hubo tiempo para pestañear en los primeros años.

En la segunda reposición pedí crédito a los proveedores de Lima. Aunque nos dieron una pequeña línea inicial, todos aceptaron. Ahora pienso que bien mandados, porque era un negocio nuevo y supongo que mi única referencia crediticia era el BCP como cliente regular. Con los proveedores me puse una consigna que siempre cumplimos: pagar el día anterior a la fecha de vencimiento de la factura o letra de cambio aceptada. Es decir, siempre un día antes. Créanme que funcionó y… bien, porque a los pocos meses las líneas que nos dieron empezaron a crecer en forma exponencial. Lo mismo sucedió con las líneas bancarias.

Pero igual faltaba dinero, porque el crédito es muy demandante para la caja. Entonces nos abrieron líneas de “descuento de letras” en ambos bancos.

En agosto de ese año, y para ayudar en la cobranza, ingresó el Sr. Solís, y él se encargó por muchísimos años. Al ser tan conocedor de la historia crediticia de media ciudad, pensábamos que era el Infocorp de la época. Unas semanas después ingresó Martha, que se encargó de los créditos en adelante. Ellos dos estuvieron en la empresa casi todo mi periodo y, en gran medida, por su tesón, corazón y honestidad, son parte de los resultados y de mi gratitud.

En esos años no existía la información en línea como ahora, y entonces las planillas de letras de los bancos eran con nombres falsos de clientes que “habían” comprado. El sistema de descuento de letras funcionaba contra una línea que otorgaba el banco al establecimiento para darle apalancamiento financiero. El cliente firmaba la letra, CS la endosaba al banco y, en una planilla, la enviábamos una vez por semana. Esa letra tenía que ser cancelada por el “cliente” y, si no hubiera sucedido así, se la cargaban a CS. Pero resulta que entre Martha, el Sr. Solís y yo nos inventábamos nombres y montos falsos y enviábamos planillas enormes al banco, que nos abonaba casi al instante. Teniendo en cuenta que esa letra no la pagaba realmente el “cliente”, sino CS, imaginemos la precisión quirúrgica con que se tenían que calzar los abonos de la planilla de un periodo con el vencimiento de la planilla del anterior. Hacíamos exactamente lo que financieramente nunca se debe hacer: carrusel. Pero no había plata, así que no quedó otra que practicarlo por los primeros 4 o 5 años. Quizá ahora también entiendan por qué tuve problemas estomacales todo ese periodo.

Pero el negocio floreció.

Al año exacto nos cambiamos de local y, sin dejar el original, nos metimos en muebles que ahí colocamos. En el 98 pude comprar el espacio de la antigua discoteca El Loro y, aún más endeudado que antes, lo financié también con el banco. Ese mismo año, gracias a la visión de Glenm, abrimos El Pedregal. También ese año pudimos construir el local grande de la Comercio y lo inauguramos en octubre.

—Ten cuidado porque la gente no se acostumbrará a entrar a un local bonito —me decía mucha gente.

Felizmente se equivocaron.

Entramos en venta de llantas y de celulares, cuando no eran masivos como ahora. Fue certero hacerlo porque, aprovechando las referencias crediticias que teníamos, nos dieron unas líneas de crédito enormes para la época.

—¿Estás envarado? —me decían los funcionarios de Movistar y de Claro—. A todos los distribuidores les piden carta fianza y a ti no.

—No —respondía yo.

En realidad, no sabía qué pasaba, pero la “suerte” alumbraba.

—De tanto moverte en la camioneta, un día te vas a estrellar —me decía mi papá asustado, supongo por el crecimiento.

Durante los primeros años iba un día completo manejando a Majes, llevando mercadería y viendo el negocio. De amanecida, acompañado del famoso Vaccaro y previo desayuno en San José, llevábamos los artículos de la semana, revisaba toda la cobranza y venta de esos días y, por la noche, regresaba a Mollendo. Nunca sentí cansancio. Ahora voy manejando por medio día, sin cargar nada, cómodamente con aire acondicionado, y cuando llego a la casa parece que hubiera regresado desde Piura. El cuerpo cobra.

Cocachacra, La Joya y Matarani vinieron después como nuevas sucursales.

Siempre fui patológicamente ordenado con los números. Y no lo digo como punto a mi favor, porque hasta como defecto podría nombrarlo. Hago, desde hace 30 años, balances trimestrales con una rigurosidad militar y sin postergación de ningún tipo. Con esos datos actualizados he podido ajustar errores y potenciar aciertos de lo que manejo. No es inteligencia para los negocios, es orden.

Y entonces el brote ya era suculento y el tronco empezaba a engrosar. Con más crédito, CS pudo ir construyendo sus propios locales y, después, ir derivando los remanentes a otros nuevos negocios.

Cumplimos 10 años, y después 15… 25.

En el 2011 separamos el negocio crediticio y fundamos lo que es Cooperativa Tres Cruces, pero esa ya es otra larga historia.

Y entonces nació Gabu y las cosas empezaron a pausar, felizmente, para mí: https://novuz.blog/2025/05/06/cuando-la-vida-te-frena-gabu-mi-cuarta-razon-para-ir-mas-lento/

Hacia el 2019, me buscó un cliente BCP de Tacna y me planteó comprar CS. Me preguntó si tenía interés en hacerlo y le respondí lo que muchas veces repito y que era un dicho de mi papá que aprendí bien: “Los negocios no son para enamorarse y siempre son susceptibles de venta”. Conversamos en Mollendo, visitamos las sucursales y me hizo una buena propuesta. Deseaba, además, por lo menos comprar dos de los locales, a lo que respondí que vendería CS pero no sus edificios. Condicionó su propuesta para comprar además Tres Cruces. Ahí se enfrió el trato.

A fines del verano de 2023, uno de los socios de la propuesta del 2019 me escribió y me preguntó si me interesaba retomar la negociación.

—Siempre soy prostituible para negociar —le respondí. Nos reímos y empezamos de nuevo.

Me ofrecieron menos de lo que pretendía y les dije que solo vendería con un pequeño porcentaje de descuento. A las semanas lo aceptaron, pero pusieron como condición que yo me quede como gerente por dos años. Como me negué, propusieron que yo me ponga el sueldo que quisiera. Les respondí que si salía era justamente porque quería descargar peso. Esa tarde, siendo jueves y estando en Arequipa, les dije que les respondería un último detalle el martes próximo.

De regreso hacia Mollendo, se me prendió una idea intrépida justo cuando paré en el grifo de San José. Llamé a Mauricio, en ese momento el gerente de CS, y le dije que al día siguiente reúna a los jefes para conversar urgentemente en mi oficina.

Les narré el plan de lo que me habían planteado, contándoles que incluso había negociado contrato a un año por sus puestos, así que no habrían despidos intempestivos. Pero la exposición tornó en que evalúen ser ellos cinco los que compren el negocio. Les ofrecí un 20 % de descuento sobre el precio que los inversionistas me proponían, con una pequeña inicial y con financiamiento directo de mi parte para que lo paguen a larguísimo plazo. Se entusiasmaron, pero propuse una única condición: que me den respuesta final a los dos días, el lunes, antes de que venza mi plazo con los ofertantes. Así que el lunes por la tarde cerramos el trato, el martes avisé a los limeños que me desistía y el miércoles 24 de mayo firmamos el contrato formal. ¡Una venta exprés!

Así que ellos cinco se quedaron con el negocio que yo había tenido por 27 años y que estoy seguro tendrá muchos más.

—¿Por qué has vendido CS? —me han repetido muchas veces.

Porque cambié activos materiales por activos «temporales», respondo.

Así que ya sabes, querido lector: si algún día sueñas con tener tu propia empresa, vender televisores, lidiar con bancos, inventarte nombres para letras de cambio y sobrevivir al estreñimiento financiero… prepárate para trabajar como si no tuvieras intestinos.

Al mirar atrás, no siento nostalgia, porque Credishop no fue solo un negocio: fue una escuela de vida, una pista de pruebas que me enseñó a crecer, equivocarme, corregir y persistir… y lo solté con la certeza de saber que todo tiene su tiempo.

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Más historias en mi blog: http://www.novuz.blog

Una respuesta a “27 años vendiendo sueños a crédito: la historia de Credishop”

  1. Avatar de speedilygleaming3c35484eff
    speedilygleaming3c35484eff

    Que experiencia de vida tan rica, variada y exitosa; tienes materia prima suficiente como para escribir toda una novela. Mis felicitacilnes, tanto por tus experiencias como por tu narrativa.

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