Escrito el 11.3.25
En un artículo que leí recientemente, los autores trataban el tema de cómo, especialmente en la cultura latina, nos cuesta mucho reconocer el logro de los demás. Quizá, en gran medida, porque al hacerlo nos vemos reflejados en el espejo con el que pretendemos compararnos. Entonces, no nos conviene dar el beneficio a quien logró algo que nosotros soñamos.
En nuestro pequeño Mollendo, donde casi todos nos conocemos, es particularmente común escuchar frases como: “No, ese le robó el billete a su exjefe y por eso ahora tiene tremendo negocio”; “Debe ser narco”; “Su suegro era billetón, la exprimió a la mujer”; “Ha heredado todo y así cualquiera”; “¿A quién le habrá robado?”; “¡Ese fue un muerto de hambre!”; “¿De dónde habrá sacado la plata para comprarse ese carrazo?”.
Pienso que hay que reconocer el éxito del otro porque nos ayuda a crecer; nos sirve de ejemplo para continuar por ese camino ya recorrido. ¿Para qué intentar inventar la pólvora nuevamente si alguien ya demostró que se puede hacer de esa manera y le funcionó?
El triste “síndrome del cangrejo” explica esta mentalidad en la que, cuando alguien intenta sobresalir en su rama, los demás lo jalan hacia abajo, cuando lo natural debería ser alentarlo y empujarlo hacia arriba.
«Tu envidia es mi progreso», esa frase que vemos frecuentemente en la parte trasera de los camiones, es muy graciosa pero cierta. Dice mucho, y en resumen, de lo que escribo líneas arriba.
«Lo quieres, lo tienes» fue un programa en vivo por radio que tuve hace algunos años. En su breve temporada, pude entrevistar a varias personas que salieron desde abajo, con mucha fuerza y con grandes sueños. Uno de ellos fue Alejandro Mamani Cañapataña, el gran Alejo, lamentablemente ya fallecido. Increíble y ejemplar historia de perseverancia, al punto de que ambos nos emocionamos hasta el borde de las lágrimas en un momento. Un jovencito menor de edad que llegó un verano a Mollendo para conocer el mar y que, para lograrlo, trabajó como ayudante de un chifa alrededor del mercado San José. Circunstancialmente, alargó su estadía y terminó quedándose hasta alcanzar su sueño muchos años después: la afamada Cebichería Alejo.
El factor de perseverancia, la falta de oportunidades, los sufrimientos, y la capacidad de sobreponerse a las adversidades son una constante en decenas de personas que conozco. Algunos ejemplos relevantes son:
- Teodoro Alhuirca, de Restaurante Teo, en la esquina del boulevar. Dueño de un par de negocios y de un tesón de acero para trabajar. Prueba irrefutable que se puede crecer desde bien abajo.
- Ferretería Alvis, de Víctor Alvis Madueño, a quien conocí en sus inicios en un pequeñísimo puesto casi al nivel del piso. Desde hace buenos años, es la principal ferretería de la provincia y él es propietario de otras meritorias empresas. Fue reconocido, merecidamente, en un concurso nacional del diario El Comercio como un destacado emprendedor.
- María Elena Adco, dueña de dos hoteles, una cantera y, principalmente, de una energía desbordante y a prueba de balas. Recién la conocí y estoy seguro que se podría hacer una película de su vida.
- Memo Fernández, propietario de Pollitos con Papas y La Pechuga Dorada, a quien conozco desde hace más de treinta años y al que vi crecer desde tambien desde cero, en el mismo super duo con su esposa. Además de ultra chamba, camina repartiendo sonrisa solar.
- Nicolás Ninahuamán, gestor desde cero y dueño de La Brisa y otro par de restaurantes, quien cuida y mantiene sus inversiones en forma admirable. Lo saludo casi a diario en la puerta de sus negocios, vigilante permanente de lo que sucede.
Los mencionados son solo algunos ejemplos que me vienen a la memoria y, aunque peco de injusto al no nombrar a muchos otros de igual mérito, los cito para demostrar que lograron su éxito a base de puro trabajo. Poseedores de un increíble esfuerzo y, en muchos casos, con mínimas oportunidades, supieron arrancar y no soltar sus logros porque los hicieron suyos. No esperaron a que cambiara el alcalde, terminara la pandemia, destituyeran a Castillo o saliera Tía María. No. Lo hicieron porque son unos capos, soñaron en grande y se sacaron la mugre, durmieron poco y sudaron mucho para conseguir sus objetivos.
Hay que reconocerlos y destacarlos para enseñar a nuestros hijos que el esfuerzo retribuye; que el trabajo arduo es difícil, pero también grato y, a su vez, un canalizador de sueños. Con esas mínimas oportunidades, ellos pudieron lograrlo. Hay que reconocerlo para que los chicos de quinto de secundaria sepan que estos ejemplos se forjaron aquí, en nuestra provincia. Que crean que el éxito también está en Islay y no solo viene de Arequipa, Lima o el extranjero. Esto debe hacerse constantemente para que la nueva generación no se frustre si no les sale a la primera; para que estos héroes del negocio sean reconocidos en las calles, emulados y superados. Así se genera un círculo virtuoso.
Con mi promoción del colegio, en dos oportunidades, hemos realizado charlas de orientación de la realidad para los chicos de quinto de secundaria del San Francisco. Ellos están por salir de las aulas con el natural miedo al futuro, como lo tuvimos nosotros en su momento. Ese espacio, donde algunos de la Promo 82 cuentan las expectativas y miedos que tuvieron en quinto año, es riquísimo como ejemplo. Se hizo sin técnicas didácticas ni teóricas, sino desde la experiencia de vida de exfranciscanos, volcando nuestra historia estudiantil, laboral y personal, y cómo enfrentamos los temores y sorteamos lo que nos tocó vivir.
Particularmente, creo que esta práctica es muy buena y aleccionadora, porque muestra una cara de la verdadera realidad de la vida y no las falsas expectativas que los chicos pueden tener. Especialmente ahora, cuando las redes sociales pregonan que todo se puede comprar con mínimo esfuerzo y que todo se lo merecen: desde el último iPhone hasta el puesto de gerente como primera opción laboral. Sí, es bueno que piensen en grande, pero también deben saber, por boca de la experiencia, que para lograr esos sueños hay que esforzarse mucho, sacrificarse y postergar ciertos objetivos para después, priorizando los realmente importantes.
Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto reconocer el éxito del otro?
En el fondo, podría ser envidia más que mezquindad. “Él logró lo que yo no pude, entonces lo macheteo”. “Seguro tuvo suerte”. “No es para tanto”. “Quién sabe con qué influencias oscuras llegó ahí”. Pensar así es más fácil.
Quizá también nos cuesta reconocer el éxito del otro porque destilamos escasez o lo percibimos como una amenaza, en lugar de verlo como una inspiración. Y creo, ciertamente, que no lo hacemos por falta de solidaridad, porque en momentos difíciles nos sobra, pero nos cuesta alegrarnos cuando alguien prospera. Esa mentalidad de escasez nos hace creer que solo unos pocos pueden brillar, cuando la realidad nos dice que hay luz para todos.
«Una vela no pierde su luz al encender otra», dice el dicho.
Esa falta de reconocimiento al éxito ajeno puede incluso hacer daño a nuestros hijos. Si ven que el éxito genera rechazo en lugar de admiración, podrían crecer con miedo a sobresalir. Un evidente círculo vicioso que, familiar y socialmente, no nos conviene.
En la Cámara de Comercio de la Provincia de Islay, donde desde hace muy poco ayudo a dirigir, ya hemos entregado La Gota, un pequeño galardón al reconocimiento de quienes hacen empresa en nuestra provincia. Especialmente, a aquellos que emergieron con menores posibilidades. La idea es que esta distinción sirva de ejemplo a la nueva generación, celebrando el éxito obtenido. Coincidentemente, el primero en recibirla fue Teodoro Alhuirca, propietario del Restaurante Teo.
Alguna vez, estimado lector, ¿te has preguntado cómo reaccionas cuando alguien cercano tiene éxito? Es un ejercicio que deberíamos hacer de vez en cuando para saber si realmente celebramos el triunfo ajeno. También debemos reflexionar sobre lo que reza el dicho: «La mezquindad es como una piedra en el zapato: solo impide que avances, pero nunca te lleva a ninguna parte.»
Y quizá también deberíamos tener en cuenta que no reconocer al exitoso es un acto de mediocridad de nuestra parte, porque este incomoda más de lo que inspira, en un entorno donde el talento se juzga con sospecha y los logros se minimizan.
Dejemos que el triunfo deje de pedir disculpas y, en su lugar…abra caminos.

Distinción «La Gota», como reconocimiento a Teo por su trayectoria empresarial.

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