El Club de las Trece
—¿Trece mujeres pasaron por tu vida antes del matrimonio? —me dice un amigo cuando le cuento el título de este escrito.
—No, ya me hubiera gustado tener esa experiencia para ganar práctica amatoria. Siempre he sido tímido con las mujeres y, sinceramente, dudo haber alcanzado siquiera la tercera parte de trece antes de mi servinacuy —le respondo.
Esta respuesta, aunque suena graciosa y pueda parecer una excusa para ocultar una debilidad, es en realidad el primer indicio de lo valioso que ha sido para mí mi vínculo con el universo femenino.
—En tu vida pasada debiste haberte portado mal con las mujeres. Estarás pagando algo en esta —me dijo, hace muchos años, una de mis hermanas.
Su tono, aunque sarcástico, encierra una verdad innegable. Tengo a mi mamá, seis hermanas, esposa, cuatro hijas y una nieta. ¡El club de las 13! Es, en definitiva, un homenaje al cariño inmenso que siento por cada una de estas trece mujeres en mi vida.
Estoy casi seguro de que mi segundo recuerdo de vida se remonta a cuando tenía unos cinco años y, caminando con mi mamá por la Mariscal, a la altura del colegio Pacheco, ella me propuso un reto:
—¿Quién llega primero corriendo hasta la casa?
En ese momento pensé que yo le ganaría, pues para mí ella ya era “vieja”. Sin embargo, ahora al hacer cuentas, me sorprende descubrir que, en ese año, mi mamá tenía 38. ¡La cosa es que dio el arranque y… me ganó! Me quedé helado, convencido de que yo sería el triunfador. Esa simple anécdota marcó el inicio de mi fructífera relación con las mujeres.
Quizá por ello mi corazón, en muchos aspectos, resulta profundamente femenino; y quizás sea también la razón por la que defiendo con tanto ahínco a lo que, en tiempos pasados, solían llamar el “género débil”. ¿Débil? ¡Nada más lejos de la realidad!
Ellas muestran una mayor activación cerebral en la amígdala izquierda y en la corteza prefrontal, lo que les permite expresar emociones (entiéndase, hablar mucho) y procesarlas con mayor facilidad. Nosotros, los machos, tendemos a utilizar la amígdala derecha, lo que se asocia a respuestas más directas y menos elaboradas. ¡Con razón dicen que ellas hablan tanto para expresar apenas un par de ideas!
Existe, además, el mito de que las mujeres hablan tres veces más diariamente que los hombres y, según mi experiencia con el Club de las 13, me atrevería a “evidenciar científicamente” que es cierto. En las reuniones familiares en las que participo he sido testigo de que el cruce de palabras se da a una velocidad asombrosa, en múltiples direcciones y a elevados decibeles, hasta el punto de que en ocasiones me he sorprendido huyendo hacia un rincón insonorizado o disimulando una urgencia estomacal para retirarme al baño durante media hora y recuperar la fortaleza. Considerando que, además, Karen tiene dos hermanas, sabrán entender mis aprietos ante el caótico pero armonioso alboroto que se desata entre tantas damas.
Recuerdo que, en alguna ocasión, mis hijas se reían mientras, entre confidencias, me contaban con emoción alguna anécdota, y yo les reclamaba que sintetizaran las ideas, pues les daban demasiados vueltas para mi cavernícola y básico cerebro.
Afortunadamente, la igualdad de género se practica hoy en día, lo cual es un gran avance. Sin embargo, para contextualizar y como ejemplo, debemos recordar que hasta 1956 las mujeres no votaban en las elecciones de nuestro país… parece algo arcaico, pero es la cruda realidad. Los datos indican que, actualmente, una mujer gana un 30% menos que un hombre en labores similares; es evidente que esa brecha debe cerrarse. Debemos acelerar este proceso.
En mis negocios siempre me he inclinado por escoger y preferir a las féminas, ya que las considero ordenadas, detallistas y, sobre todo, más honestas. En contraste, mi percepción es que en el entorno laboral los hombres somos, en ocasiones, “cara dura”. Pensemos en cualquier presupuesto familiar: lo más probable es que ellas prioricen la compra de los zapatos del colegio para los niños y ellos pongan en primer lugar la adquisición del equipo nuevo para el auto o las cervezas inevitables del fin de semana despues del pártido de futbol con los amigos.
Hace ya muchos años, cuando en casa me convencieron de tener una mascota —algo a lo que yo me oponía por los cuidados que ello implicaba— llegó un pequeño perrito. Ejercí mi derecho a aceptarlo y lo bauticé como Hércules, quien está por cumplir 17 años. Con él, al menos, la balanza de género se equilibraba. Ya éramos dos machos en la casa, rodeados de tanta feminidad.
El Club de las 13 no es simplemente un grupo; es un conjunto de recuerdos y enseñanzas que han dejado una huella imborrable en mi alma. Algunos puntos indelebles en mi memoria respecto a este club y a otras mujeres de mi vida, son:
- Mi abuela Isabel: Con el ceño fruncido, nos preparaba denodadamente un jugo de frutas, demostrando su cariño con ese brebaje que parecía un chupe por lo denso que era. En ella también observé, en numerosas ocasiones, la sumisión con la que me parecía atendía a mi abuelo, algo que de niño me resultaba desagradable y difícil de comprender y que quizás originó en mí cierta neurosis por no querer ser atendido en exceso.
- Mi abuela Alicia: Nos ofrecía comida directamente de su plato, siempre con extremo cariño, llamándonos “palomitas”, como solía a veces decirnos. Vi en ella la verdadera ceguera que felizmente otorga el amor por algún error de los hijos.
- Mi Má: Siempre la recordaré por su constante prédica de unión, solidaridad y el compartir entre sus hijos.Una anécdota inolvidable: Recuerdo aquella tarde en la que nos tocó repartir una tableta de chocolate, que ella partió milimétricamente entre todos nosotros. Al darme cuenta de que la ración, que me tocaría sería pequeña, le dije que preferiría dejarla pasar y comer algo más grande otro día. —No —me respondió—, se reparte lo que hay entre todos. Quizá en ese momento me molestó, pero luego comprendí lo valioso del mensaje. Aún practico esa amorosa técnica.
- Mis hermanas: Son el vivo ejemplo de UNIÓN fraterna comprobada, algo que siempre me llena de orgullo. Clarísima cosecha de la educación y herencia que recibimos. ¡Unos capos mis papás!. Son también la inspiración para que mis hijas logren esa soldadura entre ellas.
- Karen: Es la prueba de que una vida compartida con amor suma mucho más que una simple suma de partes.
- Mis hijas: Representan la manifestación inequívoca de que el amor filial es verdaderamente incondicional. Llegué a comprender, al sentir que literalmente podría dar mi vida por cualquiera de ellas cuatro. Cuando, por primera vez pensé eso, supe que mi corazón era de otro tamaño.
- Mi nieta: Es la trascendencia de la vida, portadora de toda la herencia que le hemos delegado en el ADN y, espero, también en el ejemplo.



Este club también ha significado para mí comprobar y sorprenderme en numerosas ocasiones de que mis genes femeninos saltan instintivamente para defender al género, incluso sin conocerlas, ante lo que puedo creer es un abuso que algún torpe macho les hace o insinúa. Esa posición de protección debe formar parte del legado de: “Defiende a tus hermanas y perdona con alegría sus errores”, esa línea del decálogo paternal que tuve colgada durante muchos años en la pared de mi dormitorio de niñez.
Ya en mi vida adulta, la feminidad, junto con Karen y mis hijas, ha sido para mí un combustible inigualable para esforzarme, trabajar duro e intentar ser siempre un proveedor de calidad y protección. Sin estas cinco, en especial, mi vida laboral, mis canas, mi panza e hígado, y los logros obtenidos en mis negocios no tendrían el mismo valor que hoy les otorgo. Ese impulso de protección, estoy seguro, fue mi mayor incentivo para alcanzar mis sueños materiales.






Replica a POCHO VALCARCEL Cancelar la respuesta