Relatado el 11 de febrero 2025
Viendo por el retrovisor de mi vida.
Era 1972, y yo estaba por cumplir siete años cuando mis papás me regalaron un lindo baúl de madera que usaba como almacén de mis cachivaches íntimos. Ahí adentro guardaba artículos periodísticos que me interesaban; recortes de publicidad de autos de La Prensa, El Comercio o Caretas que con tijera, delineaba delicadamente para que queden perfectos; también algunas de las primeras cajetillas de cigarros que coleccionaba. Digo las primeras, porque llegue a tener más de quinientas. Adentro también estaba celosamente guardada la libreta de ahorros que llevaba, con el registro y visto bueno de mi papá, de los pequeños incrementos por las propinas no gastadas.
Ese baúl de cuatro patas cilíndricas, tenía una llave de seguridad que guardaba en la parte interna del ropero del dormitorio. Al ser de buen tamaño, servía de asiento para los amigos. Fue entonces un baúl multiusos.
Siempre me acompañó al lugar donde me fui trasladando a vivir y por supuesto lo tengo ahora en mi casa. En los últimos años, este medio sarcófago de recuerdos, ha sabido guardar los muchos documentos que dejó mi papá y que ahora me sirven para preparar la biografía que estoy haciendo sobre él. Ahí también están ahora, fotos antiguas, una colección de estampillas y monedas heredadas de mi tía Pepa.
Aquí una foto del baúl

Hace unos días me encontré, dentro de ese ya afamado baúl, con parte de mi amígdala de niñez, con el original de una especie de decálogo que mi papá me escribió a máquina en julio de 1973; que después enmarco y colgó en la pared, al costado de mi mesa de noche. En ese año yo “cursaba” los ocho de vida y este mensaje lo pude leer innumerables veces por estar tan próximo a mi cama, en la casa de la Mariscal.
Mi sorpresa fue tal, que casi se convirtió en revelación ya que al releerlo nuevamente me di cuenta, a mis 59, que lo probable es que este listado sea la razón de aceptar que soy un neurótico. Si, un neurótico!. Me he reído mucho al mirarme por el espejo retrovisor de mi vida.
Allí aparecen catorce reglas a cumplir: eres puntual; llevas siempre pañuelo?; caminas sin hacer ruido?; obedeces a la primera?; hablas sin gritar?; entre otras.

– ¿Eres puntual?. En mi niñez regresar de la playa para la hora del almuerzo, la salida sabatina en el auto con la familia siempre era con puntualidad, seguro por pedido de mi papá quien siempre lo exigía. Mi mamá también lo era pero algo más laxa para los horarios sociales. Tengo un par de recuerdos como el agueitar por la ventana de la sala, cuando faltaban minutos contados para la 1 de la tarde y ver entrar a la cochera el auto de mi papá que llegaba del trabajo exactamente a la misma hora. Crecí con esa buena costumbre que admito me trajo problemas con los amigos para quedar a la hora de salida para algún encuentro. La sellada en mi cerebro fue cuando a los 22, cuando visitando a Condoro en Munich, me di cuenta que los horarios de salida y llegada de los trenes eran “escrupulosamente” puntuales. – increíble -, le dije a Gabriela, la primera esposa de Gabriel, quien me respondió: -“hay otra hora que no sea la puntual?- . Lo decía una alemana. Ahí me di cuenta que el ser puntual no era una anormalidad. Desde ahí afiance mi hora exacta.
– ¿Están bien tenidas tus manos?. Me revisarían la limpieza de las uñas en mi casa y también se me quedó esa manía. Hasta ahora siento curiosidad y me sorprendo muchas veces fisgoneando las manos de los que están a mi alrededor. Por supuesto que revisando, como águila, en que estado están las manos observadas. Prejuzgo por ahí y tengo que corregir eso.
– ¿Usas siempre pañuelo?. Lo hice hasta poco después de la pandemia porque tanto fue el shock de la prolijidad sanitaria en eso días que me di cuenta que mi blanco pañuelo (si, siempre los usé blancos ) no ayudaba a la salud del entorno. Además admito que mis pañuelos eran “todo uso” y servían para, principalmente, el aseo nasal y en muchísimos casos para la limpieza de los lentes, alguna nueva manchita en la compu o en casos extremos, la luna de auto. Si, todo uso.
– ¿Caminas si hacer ruido?. Otra de mi neurosis por escuchar si alguien arrastra los pies. No soporto ese sonido, y no por sentirme que soy una afrancesada dama, si no porque me da la impresión que quien lo hace, camina sin vitalidad, sin propiedad. Es otra de mis taras pensar asi, pero lo digo sin reparo. Ah, y si la que arrastra es una chica peor para mi neurosis. Sera que mi feminismo natural por tener seis hermanas y cuatro hijas me hacen sensible a este mi defecto.
– ¿Defiendes a tus hermanas y perdonas con alegría sus errores?. Si, super grabado desde siempre. Primero que todo es la sangre así que, podría discrepar en mucho o en poco con las doce mujeres de mi primer círculo, pero mi cerebro cavernario me dice que primero es la unión, así que sobrepaso si hubiera alguna molestia.
– ¿Cuidas el descanso de tus padres?. En mi casa de la Mariscal hasta logre (con la desasnada que me dio un electricista) colocar unos interruptores al teléfono del cuarto de mis papás para que no los moleste el ruido de un telefonazo inesperado en sus religiosas siestas. Hasta ahora respeto en extremo el sueño de alguien de mi entorno porque recuerdo al toque que el derecho al reparo corporal es íntimo y muy válido. Quizá entonces también mi odio natural al antipático zancudo que me despierta alguna noche o al ruido, fuera de hora, que hace alguien, cuando pretendo dormir. Felizmente desde siempre lo hago bien pero protejo mas mi sueño que incluso una buena cena tardía o diversión nocturna.
– ¿Recuerdas que de los estudios depende tu futuro?. Ni en el colegio ni en la U, fui un alumno destacado. Mas bien estuve en el equipo de los neutrales, quizá como disculpa que no me gustaba estudiar. Lo que si, fui responsable en cumplir lo que me tocaba en el aula. He tenido el criterio desde joven que título de “profesional” exitoso y a la vez de persona que no es “exitosa” en su vida personal, no es válido para mi. Quizá por ello, siempre he pretendido lo segundo. Ahí ya tengo una tonta disculpa para no haberle hecho caso a este punto del decálogo paternal.
– ¿Sientes dolor por la pobreza ajena?. Mi mamá pertenecía a la Sociedad de Caridad de Santa Rosa, creo que ya centenaria asociación de ayuda al necesitado, así que con mis hermanas corríamos a despachar las tarjetas/coronas de caridad que se vendían en mi casa, a nombre de esta institución. Crecimos con la naturaleza de estar atentos a las necesidades de otros. Tengo innumerables, y especialmente maravillosos episodios de solidaridad de mi niñez, que mis papás siempre realizaban medio solapas. Ellos creerían que pasaban desapercibidos para nosotros, sus críos, pero bien que mirábamos. – “doy buena propina a los mozos para agradecer a la vida que mis hijas no necesitan hacer esto para vivir” – . Eso que decía mi papá, lo tengo mejor que tatuaje en alguna parte de mi alma.
– ¿Obedeces a la primera?. Mismo cuartel !. Priorizo a diario los mandados de mi cerebro y digo que primero es lo primero, así que mis evaluaciones y elecciones son bastante rápidas. Otro punto más que agradecer a esas líneas de 1973.
– ¿Sabes hacer amigos y mantener su afecto?. Aunque no tanto como quisiera, siempre abono la relación de las pocas personas que considero verdaderos amigos. He aprendido a decir lo que pienso de ellos aunque no les guste escuchar mi ácido comentario. Lo hago porque estoy seguro que los verdaderos amigos dicen la verdad al que quieren. Aunque es una variación, hace poco me preguntaron: – “quien es tu mejor amigo?”. Karen, respondió mi inconsciente al instante. Si, a ese “amigo” es al que prioritariamente quiero cultivar y mantener.
Muchos de los amigos que pasaban por mi dormitorio juvenil les extrañó, al principio, la regla cuasi militar a cumplir, pero justo ahora algunos me dijeron, que ellos también recuerdan el extraño cuadrito colgado en lugar privilegiado de mi espaldar.
En la parte de abajo, mi papá remataba el mensaje invitándome a cumplirlos SIEMPRE, -si, en mayúsculas – con un final y enternecedor deseo para mi futuro.
Pienso que quizá este encuentro con el decálogo haya sido también el motivo de mi ahorro en la factura del sicólogo que nunca usé. Terapia preventiva quizá conseguida como otro gratuito beneficio del bendito papel.
Pienso también que si estuvo colgado diez años, hasta que me fui a estudiar a Arequipa, mi lectura repetitiva se debe haber quedado grabada en mi inconciencia y muchas veces me debe haber echo actuar sin pensar. Dicen que de tanto repetir algo lo terminas creyendo.
Doris, mi hermana, dice socarronamente, refiriéndose a la familia: “todos los Zuzunaga somos unos neuróticos” y esta debe ser la base de mi ahora temor de reconocerme como tal.
Intento analizar la consecuencia que podría tener este decálogo en el Jorge de ocho, y aunque en esa época lo veía normal, debe haber calado en mi cerebro.
Hablo exclusivamente sobre mi experiencia, pero a mí me sirvieron mucho esas reglas imperativas. No pretendo decir que fueron buenas, malas o fuera de contexto para la época, y menos para ahora, pero le saco lo positivo porque marcaron la pauta de cómo comportarme en mi niñez, en mi juventud, hacia adelante; y aunque de niño nunca me pregunte si las cumplo, de echo marcaron mi norte de vida.
Tarde acepté mi condición de neurótico, pero destaco que es mejor ahora que nunca.

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