Eder Barbosa, historia de un sueño realizado. (parte 1)

Relatado el 28 de enero 2025 

¿Quién gana en llegar primero a los clientes?

Está haciendo frío y, como todas las mañanas, Eder tiene que salir acompañando a papá para repartir el pan en el barrio. Todos los días, los siete de la semana, «porque todos los días se come pan», se despertaba. Empezó como a los 7 años a hacerlo y a aportar con trabajo a los ingresos de la casa. A las 3:45 de la madrugada, y aún aletargado por el sueño y los bostezos, sale a buscar a Brinquedo, que está esperando a pocos metros de la casa, donde pastea y pasa la noche. Este burrito es el que lo ayuda a cargar con los canastos de pan que pone en su hombro y que le quitan peso a quien todavía es un niño. A las 4:15 sale de la casa. Está oscuro y, camino abajo, se dirige hacia Delicia, la panadería mayorista de donde compra el pan para revender en las casas alrededor de ese establecimiento. Todavía algunas calles son de piedra rodada (chaquena, como la llamamos en el sur del Perú), por lo que hay que bajar con cuidado para no resbalar. Con cuidado, pero tampoco lento, porque, si no, le gana la competencia.

Esta competencia diaria, cuya carrera se inicia a las 5:15 en Delicia, consiste en recoger el pan en el canasto, llevar en la otra mano la soga conduciendo a Brinquedo y subir la cuesta. Es una maratón, porque si a Eder se le pasa un cliente, demora en atender a otro o tarda demasiado en la trepada, la competencia lo vende antes. «Oye, Capim Seco, – capi/cucaracha seca en español- te vamos a ganar», le decían Pedro y Limpinho, los otros jóvenes que venden en la misma zona. Eran su competencia en la calle y, si le ganan al cliente, tendrá que esperar más tiempo para vaciar su cesto. Entonces, todo se alargaría.

—¿Y qué pasaba si no lograbas vender todo? —le pregunto yo ahora.
—Tenía que seguir dando vueltas y vueltas hasta las 7:15 am, que era cuando terminaba mi labor —me responde.
Si aún con eso sobraban panes, se llevaban a la casa, y Pedro Pablo, su papá, hacía tostadas para venderlas en los siguientes días.

—Hoy me están doliendo las piernas porque la subida empedrada estuvo resbalosa por la lluvia y tuve miedo de que se me caiga la canasta de panes. Ahí sí me habría ganado un jalón de orejas de papá —cuenta Eder.

Dos consideraciones en perspectiva para entender el contexto: su papá hacía una ruta más lejana, así que Eder estaba solo en esta labor, y el problema era mayor porque, como no contaban con capital de trabajo, tenían que comprar el pan todas las mañanas en efectivo, lo que hacía más ajustado el negocio.

Sin pecar de dramático, hago una primera pausa en el texto para reflexionar. Si pensamos en cualquiera de nuestras hijas o hijos de 7 años haciendo esta labor, será fácil sentir en la piel la emoción de imaginarnos esta escena de 1984, cuando Eder ya lo hacía. Verdaderamente conmovedora, incluso ahora que lo escribo y recuerdo.

Conocí a Eder hace como diez años en Orlando, cuando Rocío, su esposa (también mollendina y prima de Karen), quedó en encontrarse conmigo en un restaurante cercano. Coincidentemente, yo estaba allá con mis hijas, y él también con su familia. Sincronías en las que siempre creo y que nos llevaron a hablar, conocernos y conectar.

Después de eso no volvimos a conversar hasta 2017, cuando visitamos Maryland también con Karen, y nos invitaron a su casa para almorzar juntos.

—¡Qué grande tu casa! —le dije a Eder apenas lo vi. Esa mañana me quedé gratamente impresionado por el tamaño, las comodidades y el equipamiento del lugar donde vivían.

—Ven, esto te gustará —me dijo, llevándome a su cochera y enseñándome “el auto fantástico”, una lindura a la que me invitó a conducir por la autopista.
—Acelera nomás, dale más fuerte —me insistió.
—Hay un patrullero allá adelante; bajaré la velocidad —le dije.
—No, sigue nomás, porque los policías no paran estos autos —respondió al toque.

Yo, nervioso porque nunca había manejado un Lamborghini y siendo tan cuidadoso como soy, no quería ir más rápido. Me imaginaba chocar, fregar la tarde y arruinar la billetera.
—Cuando era chico veía la famosa serie El Auto Fantástico en la TV, y me gustaba. Por eso me compré este auto —me contó.

Después de eso conversamos de todo y sentí su buena vibra desde el principio. Admito que con poca gente tengo una conexión tan rápida y duradera. Con Eder la mantengo hasta ahora, y me alegra cultivarla.

Ahí fue cuando me contó la historia resumida de su vida, y me quedé impresionado por el punche de alguien que consiguió lo material que soñaba. Una de mis frases favoritas es: “Soñar, siempre soñar, y sudar para materializar esos sueños”. Es una que siempre he repetido a mis hijas durante años, recalcándoles que conseguir algo sin esfuerzo es ilusorio, cómodo, es pensar mediocremente. La excepción, también les digo, es La Tinka (la lotería peruana que da el mayor premio del país).

A mis amigos les comento que la mayoría de los varones soñamos con tener estacionado un Porsche en la cochera de nuestras casas, pero hacemos solo el esfuerzo equivalente para conseguir un Corolla. Estoy seguro de que la vida nos devuelve eso. La prueba es esta escueta historia.

—¿Es cierto que hay una mina María donde vives? ¿Se pueden comprar unos camioncitos para que trabajen ahí? —me preguntó, refiriéndose al proyecto Tía María.
—¡Ja! Todavía está en pañales —le respondí.
—Si hay algo para invertir, me avisas. Te envío “billetito” desde aquí, y nos hacemos socios.
—¿Tienes un banco en Mollendo?
—Noooo —le respondí riéndome a carcajadas—. Es una cooperativa, que es lo más enano del sistema bancario peruano.
—¿No necesitas un socio? Te puedo enviar otro “billetito”.

Eder nació en Pitangui, en agosto de 1977, un pequeño pueblo en Minas Gerais, Brasil, como a dos horas de Belo Horizonte. Pitangui fue esencialmente una zona de próspera minería, fundada hace más de 300 años, y que todavía guarda su singularidad y calidez especiales. Puedes leer más sobre la historia de este peculiar pueblo en: https://novuz.blog/2024/10/27/pitangui-la-cuna-de-un-sueno/.

Cada mañana, después de terminar de vender el pan, Eder tenía que regresar rápido a la casa para sacar la mochila con los útiles y volver hacia el centro de la ciudad, donde quedaba el colegio.

—En verdad, lo hacía de mala gana porque nunca me gustaron las aulas.

Subiendo las gradas del cole, me doy cuenta de que hoy, a las 11, nos toca la clase de historia, así que tengo que esforzarme. El profesor Leda me da la impresión de que se ha agarrado de mí, porque las preguntas difíciles casi siempre terminan dirigidas a la carpeta en la que estoy sentado. Lo veo medio distraído ahora, y como ya ha bostezado tantas veces, debe tener otro de sus ataques de dolor de cabeza, por lo que nos molestará menos.

Ya es mediodía y suena la campana del recreo en el colegio, dando la señal de descanso. ¡Hora de almuerzo! Al vuelo cojo la mochila desde el espaldar de mi silla, salto por la ventana evitando así la puerta del salón, donde todos quieren ir, y directo a hacer la bendita cola que nos demora en llegar primero a la mesa del comedor. Ya sentado en las primeras mesas, comiendo arroz temperado (arroz amarillo con hilachas de pechuga de pollo), que me gusta tanto, reservo espacio en mi mesa para Allison, Juninho y Daniel. Así nos divertimos y nos burlamos del resto. Lo bueno de llegar primero a la fila es que, de hecho, servían mejor y con un plato contundente, más grande. Tiene sus beneficios.

Después del almuerzo nos toca literatura, así que aprovecharé de nuevo para escaparme. Con el estómago lleno y la mochila pesada en el hombro derecho, pego la carrera hacia el muro de la fachada. En el salto hacia el muro, mi mano izquierda se engancha en ese tubo del diablo, quitándome estabilidad y haciendo que casi me caiga. Con ese impulso, tiro la mochila sobre el muro, y esta llega primero que yo a la vereda. Ya en la calle, nuevamente libre, me dirijo hacia mi casa.

Ojalá que en este lado de la calle no me vuelva a cruzar alguno de los profesores que le dicen a la directora que me escapé.

Distraído, me doy cuenta de que no traje la casaca, y parece que empezará a llover porque el cielo ya está gris. Así que tengo que apurarme si no quiero llegar mojado a casa. No me ayuda el universo, y efectivamente empieza un aguacero fuerte que me hace esperar un rato debajo del pórtico de la iglesia catedral de Pitangui, que me protege de las gotas. Igual tengo que apurarme porque, si no logro encontrarme con Vanessa, no podremos cambiar las mochilas. Bordeo el muro grandote de la iglesia, y desde uno de los tubos de desagüe intento tomarla. Lo logro. Pasa un viejito y me mira con cara rara.

En septiembre de 2024, después de muchas postergaciones, pude conocer Pitangui junto a Eder. Fuimos a su colegio para sacar del archivo de la memoria los recuerdos de la etapa escolar:

—En realidad, creo que solo venía al colegio porque aquí nos daban almuerzo a mediodía, y después me escapaba —me contó.

Ahora suena como una anécdota graciosa, pero imaginar a un niño de tan corta edad teniendo que ir al colegio primordialmente por el almuerzo nos hace ver la real prioridad y carencia de esos años. 

En ese viaje, Eder me mostró el recorrido que hacía para vender el pan y la trayectoria que seguía desde el colegio hasta regresar a la casa. Debía llegar a una hora determinada porque necesariamente tenía que encontrarse en la esquina de esa casa color crema para cambiar la mochila, y así Vanessa, su hermana, pudiera usarla. Ella tenía turno escolar vespertino y, como solo contaban con una mochila, ahí mismo, en esa esquina, intercambiaban los cuadernos y le daban doble uso: doble turno.

También pudimos caminar por el barrio donde vivió de chico con su familia y entrar a conocer la precaria casa que hacía de hogar. Dos dormitorios, una pequeñísima sala que también servía como tienda para, desde una ventana que daba a la calle, despachar el pan. Conocí el dormitorio donde, en camarotes, vivió con sus hermanos, y la cocina con el patio trasero. Eder, años después, envió dinero desde Estados Unidos y pudo comprar esa propiedad. Ahora ahí vive, sin costo alguno, un compañero de barrio de la infancia que está en una situación social crítica.

No puedo ni quiero dejar de rescatar la transparencia con que Eder me muestra sus recorridos de niño, que indefectiblemente le dejaron enseñanzas naturalmente dolorosas que ahora se traducen en “entendimiento” por lo que aprendió en la vida.

Eso, para mí, es emocionante hasta el alma. Valerosamente, no descarta ni niega de su memoria esos días que, en retrospectiva, lo moldearon en lo que ahora se ha convertido.

Me contó también, en Pitangui, la relación especial que tiene con Dilermando, su tío, a quien considera su segundo padre, hermano menor de su mamá. Cuando era niño, recuerda Eder, Dilermando trabajaba como chofer de tráileres en rutas largas y, aunque vivía en su casa, lo veía poco porque justamente esas rutas lo llevaban incluso hasta Argentina por prolongados períodos. Entre muchas anécdotas que escuché, me contó que esperaba con ansias la llegada de su tío carretero porque, el día que eso sucedía, traía algo más y se comía mejor en la casa. También recuerda que una de esas veces el tío llegó con demasiada carne, producto de encontrar una vaca en la carretera. Un camión que transitaba delante suyo atropelló, sin querer, a una res y no se dio cuenta. Dilermando rápidamente se bajó, recogió la aún tibia cantidad inmensa de carne y se la llevó a casa.

Cuando, mucho más adelante, Eder ya trabajaba en EE.UU., pudo tener la alegría de regalarle a su tío querido un auto nuevo por su cumpleaños. También escuché, en relato familiar, cómo le prestó dinero a Dilermando, facilitándole el acceso a la compra de un camión para el próspero, merecido y exitoso negocio que ahora posee.

Como a sus 17 años, junto a Ademir, su gran cómplice de correteos juveniles, Eder también trabajó como obrero haciendo ladrillos en una zona de greda cercana a su casa, en lo que ahora es la sede principal de Transportes Carlita. En ese trabajo tenía como capataz a Mendoin, de quien aprendió el oficio y a quien debía obedecer. En esos años, además de pan, vendió gallinas, gas, y cualquier cosa que sumara ingresos.

Paseando por la ciudad, pude conocer algunas obras que la empresa de Eder está construyendo cerca de la casa de su mamá en Pitangui. En una de ellas, que es un edificio de apartamentos, casualmente me presentó a Mendoin. Sí, el mismo Mendoin que años atrás fue su jefe y al que ahora, años después, le encarga las construcciones que realiza en la ciudad. Le tiene una excesiva confianza, y ese es el valor que más destaca en este loable amigo y compañero de vida pasada.

—Todos mis trabajos de construcción aquí los realiza, de todas maneras, Mendoin. Es honesto y confío en él —me dice Eder.
—Le entrego el dinero de lo que va construyendo, y él va liquidando —acota.

Es una alianza basada en la historia y la confianza que juntos tejieron en el pasado.

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  • La parte 2 de este relato se publicará el siguiente martes

En sus primeros trabajos.
Eder y Sandra, su mamá, recordando los 272 cheques recuperados.
Con Dilermando, su tio querido.
En la casa donde vivió parte de la infancia.
La primera panadería que compró con el dinero enviado.
Regresando al colegio de los recuerdos.
La ventana en el aula por donde saltaba para llegar primero al reparto del almuerzo escolar.

4 respuestas a “Eder Barbosa, historia de un sueño realizado. (parte 1)”

  1. Avatar de Emerson Oliveira
    Emerson Oliveira

    parabéns cumpade, um exemplo de perseverança, e foco no objetivo/sonho e propósitos, Deus abençoe sempre que essa história continue crescendo e que voce continue abençoando outros

    abraço campeão

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  2. Avatar de Matt

    My Man

    Congratulations on much success and helping a lot of people along the way.

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  3. Avatar de Joyce Gallegos
    Joyce Gallegos

    Bonito y conmovedor relato, una historia de lucha y perseverancia. Confirmando que lo que se comparte con amor y desinterés vuelve a tu vida multiplicado. Que sigan los éxitos para Eder.

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  4. Avatar de Luis Wilfredo Calderon Torres
    Luis Wilfredo Calderon Torres

    Gracias, tuve la fortuna de poder conocerlo, así que si desea invertir en Mollendo bienvenido.

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