Relatado el 21 enero 2025
El equilibrio de vida, ese tema que siempre se rehúye, que constantemente postergamos.
En un grupo de trabajo de gran relevancia, conformado por ejecutivos de sus propias empresas (en la mayoría de los casos), en el que participé durante más de un año, propuse como tema de discusión para los siguientes doce meses precisamente esto: el equilibrio entre la vida laboral y familiar. Las personas contemporáneas a mi edad, mayores de los 50, muchas veces hablamos de esto de manera tangencial, pero rara vez lo convertimos en un tema principal, ya que lo dejamos para “después”.
También, en varias de las reuniones de confraternidad que realizamos por el San Francisco, conversando con mis compañeros de colegio sobre nuestra edad, pocos admiten que los años no han pasado en vano. La mayoría dice: “Todavía no siento los estragos”. Sin embargo, cada día tenemos menos cabello, más arrugas que se asemejan a la quebrada de Guerreros, más barriga, y la papada que se descuelga sin remedio. Ah, y por si fuera poco, parece que Pfizer, el famoso laboratorio productor del conocido Viagra, debería haber quebrado, según dicen, porque nadie admite problemas de virilidad a nuestros casi 60 años. “No, no, en esas lides estoy como George Clooney”, responden casi al unísono. Nos cuesta admitir el paso de los meses y de los años.
Sin embargo, sí reconocemos que el momento de equilibrar nuestras vidas no puede seguir esperando, porque el calendario no es negociable. Las excusas abundan: “Que termine primero de pagar la hipoteca de la casa”, “cuando mis hijos culminen la universidad”, “apenas me divorcie de la bruja porque me dejara pelado” o “cuando ponga en marcha ese emprendimiento que te conté”. Son algunas de las razones que usamos para postergar ese cambio tan necesario.
También están los que ya lograron sus metas y siguen exigiéndole al cuerpo como si tuviera treinta años. Esto sucede tanto en el trabajo como en la vida personal y familiar. En mi grupo de ejercicios, las conversaciones giran constantemente en torno a las dolencias causadas por el exceso de actividad física. En mi caso, padezco una tendinitis crónica en ambas plantas de los pies, provocada por mi terquedad al no atenderme a tiempo y creer que podía seguir trotando 20 kilómetros los sábados. Pospuse mi decisión de entender que, después de 35 años haciendo ejercicio, el cuerpo siempre pasa factura. No supe equilibrar mi edad con la frecuencia e intensidad de mis entrenamientos.
A muchos nos falta entender que debemos prepararnos para la etapa que viene después de los 50 años. Si no comenzamos a bajar el ritmo laboral de manera consciente, un día nos encontraremos en casa, aburridos, mirándonos al espejo sin saber qué hacer. Por ello, debemos empezar a buscar alternativas de transición que nos permitan evitar ese vacío: lectura, servicio a la comunidad, aprender repostería, arreglar el jardín, ser más amigo de los padres y de los nietos o escuchar más música.
Después de muchos años, creo haber convencido a Karen de que viajar en pareja es beneficioso para nuestra relación. “A los hijos los queremos, pero un día se irán, como nosotros lo hicimos, y si no cultivamos nuestra relación, esta puede marchitarse”. Por eso debemos trabajar para hacer tiempo y estar juntos, porque la logística con los hijos suele ser naturalmente demandante, y después sentiremos el síndrome del nido vacío. Este equilibrio en la relación de pareja es fundamental.
También es importante buscar tiempo individual dentro de la relación. Si dedicamos todo nuestras capacidades a los demás y no reservamos nada para nosotros mismos, no seremos capaces de reconocer lo que realmente necesitamos, de vernos en el reflejo del espejo.
En el ámbito laboral, tampoco logramos este equilibrio. ¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir?. Mi relación con el trabajo ha sido emocional y de gratitud, ya que, además de disfrutarlo, siempre lo vi como una herramienta para realizar sueños, generar bienestar para mi hogar y ayudar a los demás. Gran parte de la vida de una persona se la pasa trabajando y creo que cada etapa tiene un ritmo que debemos respetar según nuestra edad. No podemos trabajar a los 60 como lo hacíamos a los 20 ó 30, porque tanto el cuerpo como las necesidades son diferentes. A veces nos creemos superhéroes y seguimos esforzándonos hasta que el fusible, inevitablemente, vuela.
Mis contemporáneos suelen decir: “Producir ahora es más fácil; el dinero llega rápido”. Es cierto. La experiencia nos hace más sabios, y los bancos ya saben que lo hemos hecho bien en el pasado, pero, si la cosecha ha sido buena, ¿para qué acumular más de lo necesario? En el almacén de la vida, los productos que no se utilizan a tiempo corren el riesgo de echarse a perder. Cabe aclarar que esto lo menciono para los negocios familiares, no para las grandes corporaciones, que cuentan con organizaciones tan bien estructuradas que no necesitan al dueño detrás del mostrador para seguir creciendo.
Ese equilibrio, que siempre les recomiendo a los amigos que aprecio, me hace pensar que, si no lo logramos, el día en que nos estén velando podríamos preguntarnos, ya demasiado tarde, si realmente valió la pena todo el sacrificio. Estoy convencido que si no logramos un balance entre lo personal, lo familiar y lo laboral, de poco servirá tener una cuenta bancaria con más ceros, probablemente a costa de noches de insomnio.
Recientemente, escuché un audio que planteaba una pregunta interesante: ¿qué regalo harías a tu ser más querido en su cumpleaños si fuera a) con el dinero que tienes ahora, b) después de ganar la lotería, y c) si fuera el último cumpleaños de esa persona? La respuesta más común para la tercera opción es tiempo y amor, porque todo lo demás se vuelve irrelevante. Aprender de esta anécdota nos brindará más equilibrio para brindar tiempo.
De chico leí la fábula del burro que de tanto cruzar el río con tanto oro a la espalda que terminó ahogado por el peso dorado que cargaba, y esa historia me enseñó que siempre debemos buscar un equilibrio adecuado según la etapa de vida que estamos viviendo. Cuando un joven amigo ciclista me preguntó: “¿Y si te mueres mañana?”, le respondí: “Eso no depende de mí, pero lo que sí puedo hacer es vivir cada etapa de la vida como corresponde”.
Como dijo Gastón Acurio: “Tenemos la obligación de generar riqueza, pero no de acumularla”. O, como repetía mi papá: “Quien diga que no trabaja por dinero, entonces que no cobre o que regale sus utilidades”.
El equilibrio es esencial para una vida plena. Sin él, ni las riquezas ni los logros tendrán sentido.



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