¿Trotador casado?. Si. ¿Cazado?

Ahora entiendo como se siente una liebre dentro de un coto de caza.

Siete y media de la mañana y todavía está oscuro, por lo que es raro levantarse a trotar cuando el reloj marca tan tarde un domingo. Escucho varias veces: ¡pam, pam!
Después de un tiempo, probaré un café antes de salir a hacer ejercicio porque corté la tradición de años cuando bajé las distancias de mi entrenamiento. Así que ahí voy…

Unos minutos de estiramiento en la vereda mientras saludo a una de las bicis que pasan, dirigiéndose hacia la montaña que queda cerca.

Llegamos con Karen a Calafell hace unos días para visitar a Marian, Ale y Ainhoita, que viven aquí desde hace casi tres años, días de la pandemia, desde que vinieron de Barcelona. Calafell es una ciudad pequeña y costera sobre el Mediterráneo, de aproximadamente 27,000 habitantes, en el área de Tarragona, que se está convirtiendo, para algunos, en residencia permanente al trasladarse los citadinos de los alrededores. Esto hace que se note el crecimiento.

Entonces empiezo y trepo la loma desde Bellamar, donde está la casa, hacia El Graó, que es la cúspide de un monte de 150 m de altura desde donde se ve toda el área con el fondo de la playa. Justo lo hago cuando el sol empieza a salir tenuemente desde mi derecha, tras las nubes de la “madrugada”, cuando son casi las ocho. Escucho nuevamente: ¡pam, pam!

Estoy subiendo como diez minutos, todavía por el asfalto, y me desvío hacia la izquierda por un sendero de grava que perfila el monte por uno de sus costados, buscando algo más plano, porque la parte que continúa ascendente hacia la cima tiene trocha muy pedregosa y quiero evitarla. Como otras veces que también subí por aquí, suelo tener el tobillo flojo y no deseo doblármelo, como ya me pasó en varias ocasiones.

Antes de salir, he visto en Google Maps que esta nueva ruta es plana, pero con senderos de grava fina, con subidas y bajadas poco pronunciadas, rodeada de arbustos y curvas que hacen de ella una bella experiencia. ¡Pam, pam! En realidad, el trail running es lo que más me gusta hacer porque no me aburro como en el asfalto, así que lo estoy disfrutando mucho, aprovechando además que el clima está medio nublado y fresco para trotar. ¡Pam! De nuevo, y me acuerdo de que aquí existe la temporada de caza, que el año pasado me explicó a detalle Ale.

Resulta que, entre los meses de septiembre a marzo, en esta zona está permitida la caza de animales de buen tamaño como el ciervo, el jabalí, la cabra y otros menores, como las liebres. Para mí resulta algo extraño que exista este “deporte” cuando en tierras peruanas solo se da, si no me equivoco, en las cercanías de Piura y por temporadas, pero claro, en zonas alejadas de la ciudad. Aquí estamos a poquísima distancia de la “civilización” y se siguen escuchando los disparos. 

¡Pam, pam! Recuerdo entonces, con nostalgia y alegría, los dibujos animados de mi niñez, esos de Bugs Bunny y el cazador Elmer Gruñón, imaginándome las triquiñuelas que tenía que hacer el conejo para huir de Elmer cuando era temporada de caza. Me viene a la memoria uno de los episodios en que Bugs encuentra en el bosque el letrero: “se inicia la temporada de caza”, y entonces pone una cara de preocupación, pensando qué hacer para no ser presa.

Me cruzo con una bicicleta que viene en contra y le cedo el paso porque está con cara de cansado, pero, felizmente, no cazado por los disparos. Al rato, vuelvo a cruzarme con otro runner que también viene en sentido contrario. Siempre me ha sorprendido que, en todos los sitios donde he trotado fuera, y suelo esmerarme en no dejar de trotar en cada ciudad nueva que visito (algo así como el ritual que existe de entrar a cada iglesia nueva para pedir un deseo), me complace comprobar que aquí también, entre la comunidad de runners, el saludo de cruce se siente casi fraternal, por lo que alegra hacerlo y repetirlo. Supongo que, entre el que viene y el que va, pensamos lo mismo y nos ponemos en las zapatillas del otro al vernos haciendo la misma actividad. Admito que se siente muy bien ese saludo.

¡Pam, pam!, pero ahora por la derecha, por lo que deduzco que los cazadores me están rodeando y empiezo a sentirme una curiosa presa.

El año pasado, en la misma época, que también me pasó lo mismo haciendo trail running por aquí, me paré frente a un par de cazadores que estaban preparando concienzudamente sus equipos y les pregunté: “¿qué pasa si a un caminante le cae una bala por casualidad?”, a lo que me respondieron muy tranquilos que eso era poco probable, porque la norma indicaba que siempre se debe disparar apuntando en ángulo hacia el suelo para evitar balas perdidas. No supe si reírme o preocuparme. En realidad, cuando lo escuchas y estás trotando, te queda el extraño sabor de la duda.

Sigo bajando la cuesta y no dejo de mirar el piso para poner el pie en la posición adecuada entre las pequeñas rocas. Me causa curiosidad la forma de algunas raíces que a veces parecen culebras que cruzan el sendero y eso me distrae. De pronto veo adelante al que yo creía un runner, que para mí estaba orinando detrás de un arbusto, pero compruebo que era todo un Rambo en pleno Vietnam, bien vestido con traje camuflado, cual Sinchi en el Vraem. Cuando llego hasta él y lo veo agazapado y encorvado, me doy cuenta, al saludarlo, de que tiene entre los brazos un rifle inmenso, de esos de doble cañón que de hecho volaría cualquier jabalí ibérico en una. También cualquiera de nuestros chanchitos del basural. Me detengo y le digo, señalando su rifle, que si puedo seguir corriendo por la zona sin problema, y enseguida me dice: “Sí, tío, seguro, ¡confía, confía!”. ¿Confía? Me quedo pensando en lo que podré contar sobre esto a mi grupo de trote de Mollendo y me río a carcajadas.

Para “despistar” a los cazadores, me desvío por un sendero mucho más delgado que empieza a ponerse empinado y a cerrarse con cada vez más árboles que se vuelven estrechos, haciendo que la luz del recién iniciado día sea más tenue. Aquí estaré más seguro, pienso. ¡Pam, pam! Pienso mal. Ya he recorrido como medio kilómetro en ese apartado cuando se me cruza por la cabeza que, si por casualidad me cae un balazo destinado a un conejo, nadie se daría cuenta porque por donde estoy yendo no es un camino principal. Lo que demorarían en la casa en enterarse si estoy tirado de panza, o lo que costaría llevar mi cadáver hasta Mollendo. ¡Muy caro! Entonces regreso al camino principal.

Sigo y me vuelvo a cruzar con otra bici que muy tranquilo y sudoroso pasa sin problema sobre la “zona de guerra”, y eso me da tranquilidad. En realidad, confianza. “Confía nomás”, recordé, como dijo el cazador orangután de hace un rato.

Ya estoy terminando el sendero delgado y llego a uno aparentemente carrozable, por el ancho de la vía y por lo llano de la grava uniforme en el piso. ¡Pam, pam!, con eco, pero ya es casi una costumbre después de escucharlos la casi hora que estoy por cumplir rodeando la loma.

En el fondo ya veo el Castell de la Santa Creu, un pequeño castillo medieval en el centro de Calafell, al que me dirijo para regresar a casa sano y salvo y con esta historia pintoresca en la cabeza.


2 respuestas a “¿Trotador casado?. Si. ¿Cazado?”

  1. Avatar de Carmen
    Carmen

    gracias por tan entretenidas palabras, me quedé con ganas de seguir leyendo la historia relatada tan amenamente …

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  2. Avatar de Raúl Velásquez
    Raúl Velásquez

    Bonito relato y sobre todo que nos muestra que haciendo el deporte que nos apasiona, sea en el lugar que lo hagamos, siempre vamos estar expuestos a algo. Pero,por lo general estamos expuestos a situaciones nuevas y satisfactorias: Ello es lo que alimenta nuestra pasión.

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