Morirse no es tan grave: instructivo para prepararse sin drama

La muerte es un tema medio tabú para la mayoría de las personas. Yo, desde siempre, la he tomado como parte de la transición de la vida, y en gran medida es porque en la casa, de mi niñez y juventud, generalmente nos referíamos a ella en forma natural y hasta con ironía, me atrevería a decir.

Y ahora, no es cuestión tampoco de que, por saber que de cualquier manera vamos a llegar a ella, debamos provocarla, no cuidarnos y hacer que la probabilidad de que nos alcance sea más rápida de lo que naturalmente nos deba llegar.

Varias veces mi mamá me dijo que, cuando haga bicicleta por los cerros baje despacio porque me podría romper algunos huesos. Mi papá era más exagerado: “¡Te vas a matar!”. Quizá algún día regrese a la casa con la clavícula bajo el brazo y les tenga que dar la razón, pero mientras tanto lo hago con algo más de cuidado, sabiendo que es una de las distracciones que más me distiende y porque, principalmente, el ejercicio hace bien a mi salud. A mis papás yo les repetía: “Más probabilidad de morir atropellado tengo al cruzar la avenida Goyeneche en Arequipa que haciendo bici de montaña.” Pero bueno, igual habré de cuidarme más.

La probabilidad también de evadirla o invitarla a visitarnos se incrementa en función de qué hacemos, cómo vivimos y especialmente cómo comemos. No es igual tener una vida sana que andar picando “venenos” riquísimos en cada esquina que cruzamos. En realidad, lo que hay que hacer es jugar a bajar la probabilidad de los riesgos.

Por otro lado, tratar de cerrar los ojos y nunca hablar de ella, tampoco creo que sea la forma, porque una de las certezas que tenemos al nacer es que inevitablemente moriremos. Fingir o evadir reconocerla hasta podría tomarse como algo infantil, como quien simplemente no quiere ver.

En gran medida, ser conscientes de que llegará ese fin nos puede ayudar a liberar y a planificar nuestra partida.

Cuando estaba como directivo de la Beneficencia de Mollendo, la que es dueña del cementerio de la ciudad, los molestaba a los directores diciéndoles que teníamos que hacer alguna promoción para que la gente se muera, porque el “flujo” de menos de 15 entierros mensuales no permitía que el cementerio sea rentable.
“Mejor lo vendemos, metemos una Caterpillar y urbanizamos tremendo terreno; eso sí sería muy rentable. Así le sobraría plata a nuestra Beneficencia para ayudar más”, les dije alguna vez. Me miraban con cara de Lucifer.

…¡Esto ya parece una apología a la inevitable partida!.

Creo también que la idea es transcurrir por la vida sin pensar a diario en ella, pero tampoco ignorándola. El “método” que yo he aplicado hace muchos años es procurar hacer las cosas ordenadas, con relativa claridad y transparencia, para que el día que no estemos no haya un sancochado del desmadre.

—¡Que se la arreglen! Yo ya he trabajado como mula y he dejado más que suficiente como para también preocuparme de que después de muerto mi esposa e hijos se la lleven suave —me dice un amigo muy cercano.

A Karen la molesto frecuentemente sobre cómo debería llevar la viudez, en lo que a economía se refiere, haciéndole bromas de cómo sería una viuda más relax:
“Es mejor una viudez con alguito de billete que una tristeza de ese tipo con problemas de dinero. Así que lo primero sería lo ideal.”

Algunos de mis sugerencias a ella en forma de Manual para la Viudez sin problemas:

  • No hagas nuevos negocios con lo que tengas.
  • Desecha “el mejor negocio de tu vida” que alguien te plantee.
  • El dinero, en certificados de renta fija, para vivir de los intereses.
  • No comprar (“de ocasión”) ni vender propiedades, para que el alquiler sea la renta uniforme.
  • Nada de préstamos “por unos días nada más” a amigos o parientes.

Tuve mayor temor a morir hasta mis 40s, porque siempre he pensado que lo que el “occiso” —uso mucho ese término porque es el que aparece en los diarios amarillos y me da risa— deja debe proteger a sus seres queridos, especialmente si son menores de edad.
Pero una vez que medí que lo material estaba cubierto, ya lo he tomado con calma.

Con los años creo haber aprendido a desdramatizar la muerte, por eso de pensar que es parte del camino de vida, al punto que ironizo con mis hijas sobre mi entierro:

  • Velorio híper íntimo.
  • Sin arreglos florales (a lo mucho, una flor cada una).
  • Sin ropa de luto.
  • ¡Sin trago! (me parece fatal que la gente tome trago en una despedida de esas).
  • Con la música que me gusta.
  • De frente al horno crematorio y, si quieren, que no recojan mis cenizas porque hasta irrelevante me parecen.Si deciden recogerlas, directo a nuestro jardín que tanto me gusta.
  • Si quieren rezar, que lo hagan, pero ninguna liturgia religiosa directa.
  • Si están lejos de Mollendo, que ni vengan, que busquen un parque o metan los pies en el mar, si está cerca, y estoy segurísimo que se conectarán conmigo sin que tengan que volar hasta aqui.
  • Ninguna misa de 7 dias, 30 o anuales.
  • En los negocios que pudiera tener, ningún aviso comercial “al fundador…”, porque siempre me he reído cuando leo los necrológicos.
  • Nada de complicaciones. Ya muertos, ningún homenaje póstumo sirve; mejor es decirlo y escucharlo cuando estamos vivitos y coleando.

Hace varios años dejo que mi corazón escupa lo que quiere decir, sin esperar expresar los sentimientos para después. Ese después que generalmente nunca llega.

La vida continúa… después de la muerte —le repito a Karen—.
“Ojalá te vuelvas a enamorar… ¡en mi mismo velorio!”, la molesto. Aunque no creo ni en el cielo ni en el infierno: igual, mi energía te cuidará, le hago recuerdo.

Justamente, para no dejar problemas, hice mi primer testamento antes de casarme y le pedí a mi papá que, si sucedía, cobrara el seguro de vida que tenía en esos años, pagara todas mis deudas y así “honrara” mi nombre. Ahora también me río de eso, porque después de más de 35 años de trabajar, “honrar” ya no es algo que me quite el sueño. Estoy seguro de que la trayectoria de alguien es la mejor forma de decir, con acciones, cómo vivió.

Modifiqué ese testamento cuando me casé con Karen para proteger a mis gemelas e  incluirla a ella; luego, cuando nació Andreita; y por último, cuando llego Gabrielita, que lo volví a modificar, pero ahora súper sencillo, cortito y sin ningún “deseo idealista post mortem” como puse en los tres primeros.

Entender que no controlamos la fecha ni la forma en que partiremos me hace ver el asunto más deportivamente, y quizá también sin mayor peso en la mochila.

“Ese ya está pidiendo pista”, decía mi tío Pancho cuando se refería a alguien cercano a la muerte.
O “la gracia no es durar, sino vivir”, sabiamente lo escuché decir a Alfredo, otro querido tío.
“¿Todavía está vivo?; ¿Hasta cuándo quiere vivir?; ¡Ya tiene como cien!; ¿Ya no había muerto?; ¿En mi ausencia no hubo ningún muerto?”
Satíricamente, estas fueron frases frecuentes de mi papá.

Aceptarla es también parte de entenderla.

El mismo año que abrí Credishop, en 1996, murió mi abuelita Alicia Zuzu, y tenía 95 (nació literalmente en el año 1… ¡1901!), y claro que fue un drama wagneriano —en ilustre descripción de Doris, mi hermana—. No era para menos la partida de la matriarca de la familia.

Más allá de la pena de ese día, se quedaron en mí dos anécdotas:
La primera fue la llamada de una amiga de mi tía Ire, que recibía desde Iquitos, donde le decía sobre “la suerte de haber podido gozar de tantos años de tu mamita.” Sabiduría condensada en una sola frase.
La segunda: mi tía Pepa, reclamando a “tu” Dios por “haberse llevado a mi mamita.”
—Pero mamá Pepa —le decía yo—… ¡tenía 95!
Difícil para ella digerirlo después de haber vivido todas sus vidas juntas. Creo que nunca lo logró asimilar.

Siempre tuve un dilema con mi mamá sobre su posición respecto a la muerte pero hace pocos años felizmente se me diluyó, porque ya siendo viuda, hablamos a solas sobre eso y me contó que ya sentía tranquilidad para ese inevitable trance. Realmente me sentí contento al escucharla con más soltura de lo que me imaginé alguna vez, contándome sus deseos de entierro y la disposición de sus cosas. Precioso, de verdad.

Y aunque mis abuelitos Valdivia, Jorge e Isabel, pasaron las nueve décadas de vida, y ya he contado que mi abuelita Alicia Zuzu llegó a los 95, la mayoría de mis tíos han fallecido bastante longevos, así que me queda optimismo de tener genes duraderos que, por ahí defiendan mi larga estadía.

Así que, cuando veamos que la muerte quiere buscar a algún ser querido o se nos presente a nosotros mismos, mejor recibirla sin cuentas pendientes… y quizá hasta con un Cuba Libre en la mano.

Por lo que, cuando llegue mi hora, prefiero que digan “vivió como quiso”, y no “qué lío nos dejó”. Y si es con música de Bach y sin misa… mejor.

Madrugadora “Luna en Luto” en Mollendo

🎯Puedes leer más historias en mi blog http://www.novuz.blog

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