Desde que fui chico, en mi casa siempre se habló del colegio María Auxiliadora —del Cepma, para los más antiguos lectores—. Mis papás y varias de mis tías Valdivia y Zuzunaga estudiaron ahí, porque al principio fue mixto. Lo hicieron también mis hermanas, Karen, mis hijas, mi suegra y mis cuñadas. Además de muchísimas amigas.
Sor Cristina Zuzunaga, tía abuela de mi papá, fue también monja del Cepma Mollendo, y cuando ella iba a mi casa a almorzar, yo sentía que la madre Teresa de Calcuta departía con nosotros. Tengo el recuerdo de que mi papá la molestaba con Cristo, y ella sonreía. Recuerdo también de ella que nos regalaba caramelos. O es que me caía bien y quiero acordarme así, o mi imaginación inventó lo de los caramelos.

En la casa que vivo ahora, bajando hacia la playa, en la Alfonso Ugarte, funcionó el colegio María Auxiliadora hace más de 70 años. Aunque la capilla era donde ahora está mi actual cochera, más abajo —en el fondo donde se ubican ahora las habitaciones— estaban las aulas. Mi mamá me contaba que de chicas, ella y sus amigas se metían al «socucho» para curiosear, y que las monjas las retaban.

-En el mismo lugar ahora está mi casa-. A su derecha, la Compañía de Lanchas PSNC
Después, el colegio se trasladó a su actual ubicación en la Mariscal Castilla.
Con este tremendo preámbulo podría decir que tengo toda una estirpe salesiana y me permito arrogarme el derecho al texto que sigue.
Las anécdotas que llegaban a nuestra mesa de infancia sobre lo que hacían en las aulas de mis hermanas serán siempre un chiste para recordar.
En estos días, que ya está próximo el nuevo aniversario del colegio, como cada 24 de mayo, el movimiento empieza a incrementarse. De ahí la idea de este relato.
Es curioso que a mí todos los años —¡durante tantos años!— me cause gracia escuchar la organización de cada aniversario. Son las llamadas, chats, insistencias, confesiones, zooms, ahora yapeos/plines, que generan toda una inventiva para las exalumnas.
—El color no es melón, es palo de rosa. ¡Cómo se te ocurre! Cartera negra no va con jean, así que tenemos que cambiar el tono de la pashmina que no combina con la panty —que nadie podría alcanzar a ver— porque si no la otra promo quedará más vista que la nuestra. Cambiemos también el blazer porque nuestro color es parecido al de la promo Bodas de Oro y las «chicas» podrían pensar que nosotros somos las «tías»… cuando apenas rozamos los cincuenta. Hay que tener mucho cuidado con eso.
Las actuaciones del 24 de mayo, Día de la Madre, del Padre, desfiles, ginkanas o lonchecitos fueron tan repetitivas en su formato que, cuando volví a asistir, varios quinquenios después con mis gemelas, Andreita y ahora con Gabu, ya sabía cuál era el baile o actuación siguiente. Mis hijas decían que era un exagerado, pero muchas veces acerté. Sin olvidar, por supuesto, a las alumnas de quinto que se despiden con lágrimas a María, y los abrazos y más lágrimas de las promos de Bodas de Plata y Oro, que ya son otro cantar u otro llorar. Los quequitos y chocolate caliente del quiosco de «atrás» hasta tienen el mismo sabor… después de 40 años.
La canción mariana, esa donde cambian la letra de una melodía de moda por textos alusivos a la Virgen, es una delicia para mis recuerdos. Las chicas se agarran de las manos y todas, al compás, mueven los cuerpos sonriendo como para foto de redes. Por ahí podremos ver esta vez alguna lágrima que se derrama, sellando un año más los recuerdos que tendremos en el 2026.
Siempre tuve la duda del por qué no vender trago en esas históricas noches de serenata del 24. ¡Sería un negociazo!
¡Cepma, Cepma!; Pásenme la C; pásenme la E; pásenme la P… Esas eran las arengas que escuchábamos siempre en esas actuaciones o campeonatos de vóley o básket a los que pude asistir y podría jurar que hasta ahora me siguen retumbando en el oído.
Entre otras, este 24 de mayo de 2025 se celebran los 90 años del Cepma, por lo que es un aniversario que corresponde a las Bodas de Alabastro. Prefiero aclararlo porque podría ser motivo de querella jurídica en mi contra.
Desde hace varios meses —estoy casi seguro que desde fines del 2024— las promociones de Karen, mis hijas y hermanas ya están en los preparativos que por poco se asemejan a la organización por el centenario de las Naciones Unidas. Soy testigo de primer orden de esa tremenda logística, y aunque mi apreciación es lateral y no me gustan las reuniones, me divierto mucho preguntando los pormenores como verdadero hijo de María. ¿Seré así por Sor Cristina de mis recuerdos?
—¿Cuánto está la cuota del día central? —¿Dicen que ya hay mil cien inscritas? —¿Otra vez enrollado de chancho? —medallones de cerdo suena más sibarita— de almuerzo? —No menos que la archiconocida orquesta Somos Mollendo para el bailongo. Esas son algunas de las que he escuchado los últimos meses en mi casa, en el grupo de mis hijas o en el de mis hermanas. Me atrevo a afirmar que hay mayor expectativa por este festejo que por la deliveración del recientemente elegido León XIV.
En el caso de la promo de Karen, que cumple 35 años de haber salido del cole—pero que, por si acaso, parecen de solo 28 de edad—, el dilema fue la evaluación y elección entre el color «salmón» o «coral», y esto casi ocasiona una tercera guerra mundial entre las integrantes del chat, peor que la que está por estallar entre India y Pakistán. Semanas atrás hicieron el pedido a la proveedora de Mollendo, y cuando por fin el fardo esperado de tela llegó desde Lima, el color era 0.13% más bajo que el código Pantone indicado, y entonces la operación se abortó. —No podemos permitir que el tono no sea el adecuado—, escuché susurrar. Y entonces, una nutrida y conocedora en moda delegación de la promo Lumen Gentium —en latín, como todas— se trasladó a la Ciudad Blanca tras el color deseado. Claro que, después de un viaje de dos horas y media, seis taxis, cuatro kilómetros de caminata por los alrededores del mercado San Camilo, almuerzo gourmet y regreso de otras dos horas, el ahorro obtenido fue negativo por los excesivos viáticos. El costo/beneficio de esa compra resultó proporcionalmente mayor al déficit fiscal de la nación. Pero, después de todo, valió la pena el esfuerzo desplegado porque se consiguió el tono exacto deseado.
¿Y el modelo de la blusa?, pude leer a hurtadillas en un chat. Ese ya es otro cantar, porque en esa elección casi tuvo que intervenir el Jurado Nacional de Elecciones para dirimir entre las 42 opiniones diversas de las participantes. Felizmente, después de grandes deliberaciones y de un concienzudo análisis, se logró el objetivo.
Igual con Annesita, que el blazer tiene que ser de color fucsia, y aunque parecería ser más útil para la procesión del Señor de los Milagros, es el que corresponde al código de la promoción a la que pertenece. Jean, zapatillas blancas, el blazer en mención y… ¿el peinado? ¿Laceado, rizos, trenza francesa, cerquillo o chascosa? ¿No estarías más cómoda en Crocs?, le digo. Su mirada iracunda la sentí fulminante cuando atravesaba mi cerebro. No, solo era una cariñosa sugerencia; replico.
Comparativa y no ejemplarmente, los 4 de octubre de cada año, cuando se celebra el aniversario de mi colegio, el San Francisco, los de mi promo 82, Lion Belga —también en latín, por supuesto— coordinamos los detalles y preparativos en aproximadamente… dos minutos. Estoy casi seguro que asistimos con el polo usado el día anterior, jean un tanto arrugado, sin afeitarnos y, en muchos casos, sin peine ni desodorante de por medio. Y como comida, la clásica y trillada parrillada fría de siempre. El fondo, para nosotros, los de mente todavía cavernaria, es conversar, reír, chismear y tomar un trago juntos.
Previo al magno día central, que se llevará a cabo el domingo 25, el día anterior cada promoción tendrá actividades de confraternidad entre ellas. La clase del recuerdo, romería al cementerio, recordando las mataperradas; y a las cuatro de la tarde está programada la procesión de María, por lo que el almuerzo amical previo tendrá que ser corto, porque si no la virgencita estará desamparada y sin que nadie la cargue. La ceremonia implica la inscripción anticipada que la hace acreedora al derecho de levantar por el aire las andas de María, la Jefa de Mayo.
Con mis hermanas hablábamos hace poco que los almuerzos de esos días en la ciudad serán casi imposibles, porque imaginemos a más de un millar de ex-alumnas, de todas las edades, prolíficas lenguas, y a altos decibeles, buscando dónde merendar o hacer un brindis, lo que hará colapsar cualquier zona gastronómica de nuestra pequeña ciudad. Hospedaje, de igual manera. Pero lo realmente alarmante y crítico serán las peluquerías el sábado y domingo. Estaré atento para darme un paseo y poder captar los momentos de verdadera histeria que serán inevitables y que gozaré como testigo. Podríamos sugerir a la directiva que entregue en el lunch box acordado, una pastilla de alprazolam.
Este domingo 25 habrá una variación en la locación del desfile y por este año se realizará en la Plaza Cívica frente al estadio, pero regularmente se empezaba con el izamiento de la bandera a las 9 de la mañana y con el “emplazamiento” por la Comercio para desfilar por la Arequipa, frente al estrado municipal de la plaza Bolognesi. Ese domingo será madrugador para muchas, porque el tiempo será el principal enemigo para el acicalamiento extremo previo.
En base a la costumbre y al debido registro histórico, el desfile se iniciará con la plana administrativa y educativa del Cepma y con los gallardetes ganados por la institución. Después, las viejas glorias de alumnas de mayor edad, seguidas por las de Bodas de Oro, y así sucesivamente por las promociones en orden cronológico.
Es mayo, y aunque ya no hay sol, podremos ver al 99.9 % de las ex- alumnas asistentes con gafas solares oscuras y de gran tamaño —como indica la rigurosa moda—, cartera al hombro, gallarda mirada, chal o pashmina multicolor y sonrisas por doquier. Se oirán también, desde el borde de ambas veredas, los piropos y saludos de los mirones: —No te veo mil años; ¡qué joven!; Pensé que era tu hermana menor —refiriéndose a su hija—; Polistel, porque los años no pasan por ti; Estás más guapa que en el colegio; ¡Qué bien que te cayó el divorcio!
Acto seguido, como siempre relataba Panchito Perea en sonoros parlantes, las «chicas» se tomaban las fotos frente a los Bomberos, a los pies de Bolognesi, y las más atrevidas bajaban hasta el Malecón. A los pocos minutos, los fotógrafos buscaban a cada una —nunca he podido saber cómo tienen esa habilidad para siempre ubicar, entre cientos, el rostro de la fotografiada—, y ya enmarcadas en laureles dorados, se llevarán a casa como imperecedero recuerdo.
Y, cercano al mediodía, el festejo central en el Club de Tiro, por lo que el desplazamiento será hacia la octava cuadra de la Mariscal. Unas caminando, otras en taxi, algunas en sus mejores movilidades. -¿Cambiaste otra vez de auto?
Dicen mis contactos que llegan a 1,100 inscritas, lo que ya de por sí se presta a ser el acontecimiento del año.
Mesas de diez personas cada una, estrictamente ordenadas por años de promoción, harán de esa fiesta algo sin igual. Además, entre la natural subida del alcohol, el rímel que se derrite por el pómulo, el medallón como bocado y el mousse de frutas de estación, quedará el tiempo suficiente para esperar a la orquesta que cerrará la fiesta.
Y así será, un año más. Las reuniones previas, la elección del outfit perfecto, el airoso desfile, los almuerzos, las lágrimas, las selfies, los tonos exactos en el tinte y la orquesta cerrando la jornada. Mientras tanto, nosotros —los del San Francisco— seguiremos preguntándonos por qué nuestras camisas no combinan con nada y si el pollo de la parrillada del año pasado realmente estaba cocido.
Pero ojo, si ven a alguien escondido entre los árboles tomando fotos… no, no es un mirón: soy yo, periodista honorario del Cepma, acreditado por mis hijas, mi esposa, mis hermanas y Sor Cristina, que desde el cielo debe estar diciendo: “¡hijo mío, mejor vente a cargar a la Virgen!”
Más historias en mi blog: http://www.novuz.blog

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