Recuerdos y admiración del que considero un genio.
Todos son generales después de la guerra. Y lo digo porque cuando alguien muere, casi siempre: “se fue el bueno, el amigo fraterno, el esposo ideal, el ilustre ciudadano, el ejemplar vecino”. Claro, cuando vivía, en el extremo, era un apestado. Estos últimos días he leído innumerables artículos sobre la vida de Mario Vargas Llosa.
Cuando tenía yo unos 12 o 13 años, recuerdo a Piedra de Toque, la columna quincenal que publicaba la revista Caretas y que llegaba los jueves a mi casa. Por supuesto que primero la leían mis papás y en mis manos estaba a los días. Piedra de Toque era esa que escribía Vargas Llosa, el que muchos conocíamos. Esa es mi segunda referencia a Mario, porque en mi casa había algunos de sus libros y en el colegio ya nos habían hablado de él.
No es que haya sido un ávido lector en mi adolescencia, pero buscaba siempre esa columna porque me parecía destacable la variedad de temas sobre los que trataba y la manera tan detallada en que lo hacía. –¿Cómo conoce de tantos temas?, le dije alguna vez a mi Ma. –Lo que pasa es que es un gran lector y por eso sabe tanto, me respondió. Quizá fue también esa columna la que incrementó mi curiosidad por leer.
Una de esas lecturas me llevó a Asia oriental, porque Vargas Llosa describía cómo todavía en esos años –y actualmente sigue sucediendo– existían zonas de “turismo sexual” donde gente adinerada occidental viajaba a alguno de esos países y pagaba sumas importantes de dinero por tener sexo con niñas vírgenes. Me quedé impactado. Ahí, Mario explicaba cómo las autoridades de esos países sabían que existía esa práctica y abiertamente lo permitían. Reclamaba el punto de perversión al que los humanos habíamos llegado. Coincidentemente, y después de muchos años, publicó La Civilización del Espectáculo, donde destaca la banalización de la cultura actual, en la que mucho es “plástico”, como yo socarronamente lo llamo. En otra parte de la lectura, describía que también existía turismo por el cual esa misma gente de poder económico pagaba para cazar humanos. Sí, puede sonar inverosímil, pero eso hasta ahora existe.
Me quedé pensando sobre lo leído, incrédulo de verdad. A las semanas, Mario escribió sobre liberalismo económico y contaba alguna anécdota con Margaret Thatcher, la Dama de Hierro. Ahondaba tanto en el tema que cualquiera pensaría que se trataba de la opinión de un concienzudo economista. Luego, publicó algo sobre las recientes elecciones en México y la implicancia que estas tendrían para la región.
Esos son los “primeros afectos” que nacieron en mí por Vargas Llosa. Admiración que hasta ahora siento.
Durante años en El Comercio, seguí sus publicaciones por la misma razón que en mi niñez: admirado y esperando que me volviera a sorprender con cualquier tema diverso.
Hasta sus ochenta, Mario fue un apasionado del running. En alguna entrevista contaba que con regularidad trotaba por las mañanas, así que por lo menos tenemos algo en común.
La disciplina fue quizá su mayor virtud y para mí especialmente destacable. Contaba que, contrariamente a lo que sucedió al ingresar al colegio militar Leoncio Prado, donde su papá lo metió obligado para que se dejara de “mariconadas” por su afición a la literatura , la disciplina del colegio lo marcó y quedó calada en él para siempre. Además, salió de la burbuja donde su mamá, tías y abuelo lo hicieron vivir, y allí aprendió a conocer que su país era diverso, que había pobreza, necesidades… lo que hizo germinar las ideas socialistas de sus primeros años. Solo estuvo dos años en el Leoncio, pero fueron decisivos para su formación. Entonces, como él dijo: «Mi papá me hizo un favor al ‘castigarme’ con la disciplina que recibí en el Leoncio Prado».
En resumen: “Me levanto siempre temprano. Salgo a trotar –o a caminar– por casi una hora; leo los diarios internacionales, los del Perú; tomo desayuno y después de asearme, me meto a mi estudio poco después de las 8. Dejo el celular afuera, para que no me distraiga, no recibo ni visitas ni llamadas y trabajo hasta cerca de las 2 p. m. Después, almuerzo, descanso un rato y por la tarde reviso lo de la mañana. Ojalá no haya compromisos sociales por la noche que me quiten horas de lectura. Casi siempre siete días a la semana”. Así cualquiera, diría un mortal como yo. Ahora, repetir esa rutina por más de 60 años, lo más probable es que haga que el Nobel toque la puerta de tu casa.
Y lo hizo.
Era una madrugada del 2010 en que MVLL recibió una llamada estando en su departamento de Nueva York. –Soy un miembro de la Academia Sueca y le anuncio que usted ha sido ganador del Nobel de Literatura. Mario pensó primero que era una broma, pero su teléfono empezó a sonar sin parar, los medios empezaron a buscarlo y ahí recién reaccionó.
Creo firmemente que la disciplina es la base para el éxito que cada uno de nosotros pueda alcanzar, dependiendo de la valla con la que nos midamos. Todas las vallas son válidas, pero si somos disciplinados, todo se vuelve más “fácil”.
Cuenta Andrés Oppenheimer, en una entrevista que le hizo a Mario: “cuando le pregunté si su literatura era principalmente producto del talento o de la disciplina, respondió sin titubeos: -de la disciplina. Dijo que: “descubrí desde muy joven que no era un genio y que entonces no tenía más remedio que reemplazar esa falta de genialidad con la disciplina, con el trabajo, con la terquedad”.
Aunque me salgo de la historia de Mario, quiero contar algo sobre disciplina que me marcó de joven. Era enero del 95, yo ya había regresado a vivir a Mollendo y me enteré que en unos días llegaría Pavarotti a Lima. Aunque esos meses estaba muy ajustado económicamente por una cisterna que había comprado, hice un gran esfuerzo, pensando que quiza nunca más lo podría ver, y conseguí la entrada más barata que pude. Asistí al concierto y, medio mareado todavía por la emoción de la noche anterior, compré algún diario donde leí que, terminado el concierto, una señora se le acercó a Pavarotti y le dijo que le agradecía a Dios por la voz que había puesto en él. Luciano le respondió: –Es fácil, señora: practique ocho horas diarias durante cuarenta años y cantará como yo. No es Dios; es mi disciplina.
El joven Mario quería conocer París porque a fines de los 50s allí se empezaba a vivir el boom de la literatura del que él quería ser partícipe. Así que, mientras estudiaba en la San Marcos, se metió a estudiar francés. Después consiguió una beca y, por la «suerte» de ya hablar el idioma y su disciplina, pudo pasarla mejor.
Quizá de ahí se me quedó la “tara” de que los sueños se consiguen por disciplina más que por inteligencia, suerte de vida o maestría en La Sorbona. Y ahora que hablo de este mismo atributo en Mario, creo que mi «presunta» limitación mental del 95 no estuvo equivocada.
Uno de los amigos de la casa de mi niñez fue el compadre Ernesto Calmet, padrino de mi hermana Ire y ávido lector, por referencia de mis papás, quienes nos contaban que él, ante alguna duda amical, repetía graciosamente la frase: «Los libros no muerden», por supuesto aludiendo a que si alguien lee se vuelve más conocedor y culto. Este singular mensaje muchas veces se repitió en mi casa y yo también siempre lo he repetido a mis hijas. En especial ahora a Gabrielita, que cada vez que la escucha se burla de mí y me quiere ahorcar, aunque no lo admita.
Hace pocas semanas Alonso Cueto y Pedro Cateriano publicaron, por separado, dos libros conmemorativos sobre la obra de MVLL. Pienso ahora que, intuyendo su edad y proyectando su muerte, efectivamente se adelantaron al 13 de este mes. Tuve la suerte de comprar ambos libros hace menos de un mes y, contrariamente a lo que suelo hacer, empecé a leerlos a la vez. Especialmente me va gustando más el de Cateriano porque describe lo que él llama la biografía política de MVLL. Por ahí que los astros se me alinearon.
Varios años atrás, viajamos a República Dominicana, y al propósito, para la ocasión, empecé a leer días antes La Fiesta del Chivo, esta novela histórica de Mario que narra las atrocidades del dictador Trujillo en la isla. Gocé tanto poder ubicar algunas referencias del libro en la ciudad e imaginarme a los protagonistas recorrer las mismas veredas por las que yo caminaba, que fue un placer recrear las páginas con la realidad. ¡Misma película!
Algo parecido me pasó con El sueño del Celta, donde describe los abusos coloniales, la explotación del caucho en El Congo y en nuestra Amazonía, allá en los primeros años del siglo pasado. Aborda tanto detalle y espanto que en realidad uno pensaría que es algo que no podría suceder. Pero, lamentablemente, fue verdad.
Y quizá porque mis hijas, felizmente, me dicen que soy pinchaglobos –confío en nunca dejar de serlo–, La Civilización del Espectáculo es con la que más me identifiqué. Es destacable la maestría con la que MVLL describe en ese ensayo: “Hemos pasado de una cultura basada en el conocimiento, la reflexión y el arte, a una cultura del entretenimiento superficial, donde lo banal domina la vida pública y donde se consume como espectáculo”, dice el autor. Exactamente donde un titular vende más por la cárcel de Chibolín, el Instagram sobre la nueva zapatilla de la Kardashian, el TikTok con el análisis de un sabiondo sobre las políticas de Trump o el cebichito que cuelgo en Facebook para que mis amigos vean que disfruto la vida.
¡Los libros no muerden!
Era 1989 y yo ya trabajaba en Poloferta, ese negocio de ropa que puse en la avenida Siglo XX de Arequipa, y el Movimiento Libertad, liderado por MVLL, se preparaba para postular a la presidencia en las elecciones de 1990. Leí un aviso de página entera en el diario invitando a participar y me inscribí.
Íbamos algunas noches al local, que era una pequeña oficina en el centro de la ciudad, y ahí nos daban alcances doctrinarios. En una de esas nos dijeron que Vargas Llosa llegaba a Arequipa para un evento y fuimos a recibirlo al aeropuerto, en esos días en que los visitantes podían acercarse hasta las escaleras de la nave. Después de los preparativos, banderolas, polos y pancartas, Mario bajó desde el avión y nos dio la mano a todo el grupo que lo esperábamos. Cargaba un mediano maletín y gentilmente le ofrecí llevárselo hasta el auto que lo trasladaría hasta la ciudad. Me agradeció y al entregármelo me dijo, casi al oido: –¿Y cómo están las chicas por aquí? Supongo que, de nervioso, debí solo sonreírle, y ahí terminó la única frase que crucé con él.
Otra de las cosas que tenemos que agradecerle a Mario es por el HAY Festival, que ya hace más de diez años se realiza en Arequipa cada noviembre. Ese festival, que por cuatro días trae medio centenar de exposiciones literarias y artísticas de primer nivel y que democratiza la cultura del país. Él intercedió para que una de las sedes sea en su natal Arequipa y, con su influencia, se quedó aquí. Igual ha sucedido, gracias a sus gestiones, con el Congreso Internacional de la Lengua Española, que por primera vez se realizará en nuestro país, en la sede de la Universidad San Agustín de Arequipa, en octubre de este año. Además de la Biblioteca Regional MVLL en Arequipa, a la que donó más de 20,000 libros de su colección personal como homenaje al lugar donde nació.
Cuenta en El Pez en el Agua cómo tenía que darse tiempo, durante la campaña política, para leer aunque fuera unos pocos minutos al día, llegando al extremo de obligarse a hacerlo para así desconectarse por un momento de la euforia. Incluso, relata que esto le trajo problemas con su equipo que le reclamaba mayor atención, pero él respondía que necesitaba ese respiro. “Lo que más me costó en la campaña fue desprenderme de la literatura”, dijo alguna vez.
En los días posteriores al anuncio de su muerte, salieron muchos artículos sobre su vida, y en uno de ellos se destacaba que recibió, además del conocido Nobel, más de 60 reconocimientos, premios, títulos nobiliarios, doctorados honoris causa y condecoraciones. Al leer el detalle de ese listado uno se da cuenta de la fructífera vida que tuvo.
Lo que a mí me gustaría recordar de él es su diversidad de temas por tratar, su férrea disciplina para trabajar y, especialmente, su libertad para expresarse sin filtros. Esto último le trajo muchos enemigos, pero ahora, en forma de reflexión, creo entender que el ser humano solo pretende ser realmente libre cuando lo que expresa lo hace por convicción, sin dejar de hacerlo porque suene mal para algunos. Ser leal a uno mismo con su expresión: eso, creo, Mario lo hacía. Eso quisiera yo poder imitar.
Podrán venir otros, nuevas modas literarias o voces que griten más, pero dificil que aparezca otro con la rutina de un atleta de élite, la lucidez de un sabio y el filo de un fino esgrimista. Mario fue de esos que no sólo escribían libros: los vivían, los defendían y los discutían sin miedo. Se despertaba temprano, leía como si el mundo dependiera de ello y opinaba como si la verdad no admitiera rodeos. Claro que se equivocaba, pero quizá por comodidad me gusta quedarme con el rescate, con su genialidad al 90%, y saber que el resto de sus errores hacen poca sombra a sus logros. “Grandes hombres cometen grandes errores”.
Con su partida no solo perdemos a un escritor: perdemos a un tipo incómodo, brillante y necesario.
Y yo, al menos, lo voy a extrañar.

“VARGAS LLOSA, su otra gran pasión” – Pedro Cateriano.2025 – http://www.planetalibros.com.pe
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