Viajar: Kilómetros que me Transforman (Parte 3)

La primera parte la puedes leer en:
https://novuz.blog/2025/03/25/viajar-kilometros-que-me-transforman-parte-1/

Y la segunda parte en:
https://novuz.blog/2025/04/01/viajar-kilometros-que-me-transforman-parte-2/

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En esta última parte continúo describiendo, sin orden cronológico ni de importancia, lo que algunos sitios dejaron en mi percepción de viajero:

En el 2024, todo nuestro país en conjunto ha recibido poco más de 3.5 millones de turistas, mientras que la Torre Eiffel (¡solo un monumento!) recibió más del doble; España casi 95 millones y Francia llegó a los 100 millones. Solo el parque de Disney en Orlando – Florida, captó el año pasado algo más de 17 millones, y el Museo del Louvre más de 18,000 visitantes diarios.

Mont Saint-Michel, en la parte normanda de Francia, esa abadía medieval de menos de una hectárea, ha recibido igualmente en el último año el doble de personas que todo el Perú junto.

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Mont Saint Michel

Ejemplos hay cientos y, por supuesto, más razones para pensar que el motor más fácil de promover es el turístico. En vez de estar pensando en crear nuevos ministerios con denominaciones tan largas y confusas, yo apostaría por uno de Turismo, a secas, y ponerlo bajo el mando de una persona como Carlos Neuhaus, por ejemplo, que demostró su eficiencia en la organización de los Juegos Panamericanos, en su vida personal y laboral, y que indiscutiblemente hace las cosas bien.
¿Para qué probar con el “compadre” de la presidenta o el amigo “profesional” —como si serlo fuera sinónimo de capacidad— del amigo de Palacio, que sabe tanto de administración como yo de física cuántica? ¿Tan difícil es escoger?

¡Impulsemos el turismo en toda su expresión!
Tarea pendiente entonces para los que queremos hacer un país diferente.

La Feria Internacional de Cantón, que se hace llamar la más grande del mundo, es admirable por su tamaño, diversidad de stands y principalmente por la variedad de lo que allí se puede ver.
Estuvimos casi cuatro días en esa importante feria donde podías encontrar desde la fabricación de un alfiler hasta la de una gran cosechadora de granos. Toda la diversidad de productos que te puedas imaginar, en un recinto al que habría que asistir por una semana completa —y en carrito de golf— por su millón de m² de extensión.
Pabellones y áreas externas de exhibición de todo lo imaginable: lavadoras, TVs, relojes, electrodomésticos, polos, máquinas que hacen “chizitos”, otras que estrujan en vivo el PVC y ves salir el balde plástico aún tibio, accesorios de casa, vehículos, tractores… y un inmenso etcétera.

Las zonas de tránsito entre pabellones eran tan grandes que muchas contaban con veredas eléctricas, como las de los aeropuertos. Regresábamos al hotel con los pies latiendo, pero era tanto lo que había por conocer que la energía sobraba.

Todos los contactos te dan sus tarjetas de presentación (hay que entregarlas con ambas manos y con el nombre del titular viendo a quien se la das), muestras gratuitas, gorros, bolsas, catálogos… tanto que llegas al hotel con media tonelada de cosas que al final descartas, porque si no, necesitarías un contenedor como valija.
Si tienes reunión de trabajo, es mal visto por la cultura china hablar de negocios mientras se come —algo muy difundido en nuestro medio—, así que primero se hacen los negocios y durante la comida se habla de cualquier cosa, menos de business. La ingesta de alimentos es algo especial y no se mezcla con lo “mundano” de los negocios. Igual cuando vas a pagar: hay que acercarse a la caja, porque nunca llegará la cuenta a tu mesa, ya que la “infección material” del dinero con el alimento no debe mezclarse.
Costumbres para evaluar… que me gustaron.

—¿Qué es lo que más rescatas de la feria? —me preguntaron al regresar.
Aparte de lo maravillado por lo descrito, lo que más me gustó fue ver la diversidad de razas, vestimentas y costumbres en un solo lugar. Me sentaba cerca a los enormes pasadizos a ver pasar a la gente y era un espectáculo sin igual: altos, ojos azules, turbantes árabes, chinos, negros, bajos, colorados vikingos, gordos, flacos, los tres sexos, con túnica, en shorts, con terno, de esos sacos largos que usan los hindúes y pakistaníes, elegantes, informales, en polo, con sombrero de cowboy.
Nunca he visto tantas razas y costumbres concentradas.
Cualquier estudioso etnólogo o sociólogo estaría rebosante aquí.
¡Precioso de verdad!

La Región de los Lagos, en el sur chileno, es una combinación ejemplar de inversión pública e infraestructura privada que ha catapultado el desarrollo turístico. Lo recorrimos en auto con mis hijas, desde Puerto Montt hasta Osorno, y en cada parada, cada pueblito y paisaje, se puede comprobar una vez más que el turismo es buen negocio para todos.
Desde pequeños puestos familiares que ofrecen kuchen (kújen), hechos por los descendientes austro-alemanes que llegaron a esa zona después de la Segunda Guerra Mundial, hasta huevos de gallina, miel y alfajores. Residenciales en casas de pobladores y lujosos hoteles de cinco estrellas.
Todo un circuito turístico que permite hacer trekking, kayak en cualquiera de las decenas de lagos, subir al volcán Osorno en bici, esquiar o simplemente pararse al borde de la carretera a disfrutar la vista.

En Portugal se encuentra el Cabo de Roca, a menos de hora y media al oeste de Lisboa. Es muy conocido por ser el punto más occidental de Europa continental.
Si uno se fija en el mapa, este lugar es el que sobresale geográficamente… y eso es lo que se vende.
Cientos de turistas llegamos ese día para caminar un poco y ver algo muy parecido a los alrededores del faro de Matarani, con enormes y profundos acantilados, y una placa hiperfotografiada donde dice:
“Donde la tierra acaba y el mar comienza”.
Eso es todo.
También muy cerca está la afamada Garganta del Diablo, una cavidad de tamaño regular por donde entra el agua marina y donde se escuchan los ¡wow, wow! de los cientos de turistas.
Les digo a Karen,  Marian y Ale, con quienes estoy aquí, que nuestra Boca del Diablo, cercana a Catarindo —unas cinco veces más grande y profunda— tendría mucha más fila de gente por conocerla si contáramos con infraestructura que la haga atractiva.

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La Garganta del Diablo en Cascais, Portugal
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La Boca del Diablo, cerca a Catarindo (compara el tamaño por la relación del tamaño del vehículo a la izquierda)

Hace más de quince años noté la diferencia radical entre Hong Kong y China. Aunque tienen distinto régimen administrativo, las calles, costumbres y simple orden se notan a leguas. De hecho, es por los 99 años bajo dominio británico, pero no deja de sorprender. Misma raza, diferente cultura.
Ya salíamos rumbo al aeropuerto y pasamos por uno de los lados del gigantesco puerto de Hong Kong. Gracias a mi manía de comparar, me puse a contar las grúas pórtico que el taxi me dejaba ver. Cuando llegué a cien, totalmente sorprendido —porque se veían muchas más— dejé de contarlas. Pocos meses antes me había enterado que al Callao recién habían llegado las dos primeras. Así que, con media baba, subí al avión.

En Juneau, Alaska, los guías nos llevaban por un sendero boscoso a ver osos grizzlies y vendían el “paquete salvaje” haciéndonos parar a cada momento por algún “sonido” del temendo animal que “podría” estar acercándose a hurtadillas. A mi parecer era una exageración (o extrema precaución) tener un par de “gorilas” al inicio y al final de la fila, vestidos con trajes y armas que hacían ver a Rambo como a un niño de pecho.
Todo vale para vender la experiencia.

En Londres, no me cansaba de tomar fotos a las fachadas de edificaciones antiguas tan bien cuidadas que producen “sana envidia”. O comprobar que un monumento histórico es solo fachada de cemento y que, un metro atrás, hay una moderna construcción. Metí la cabeza por detrás para confirmar que esa fachada tenía vigas y columnas metálicas como esqueleto.
Claro que, con billete, se puede hacer eso.
También en Londres, en el Museo Británico, con la disculpa de preservar la historia, los ingleses se trajeron medio Egipto: leones de piedra de cuatro metros, muros enteros rearmados, que fueron llevados a Londres hace menos de cien años.

Berlín es la exageración del viajero curioso: encuentras todo lo que tu cerebro quiera ver. Andreita me dijo que era grosero quedarnos diez días en la capital alemana, pero fueron tantos los puntos que visitamos, que luego se convenció de que podrían haber sido veinte.
Ahí pudimos escuchar dos veces a la Filarmónica de Berlín, la más destacada del mundo.
Taché esa de mi famosa lista de “cosas por hacer”. Incluso tuvimos la suerte de conseguir dos tickets en primera fila, tan cerca a la orquesta que poco faltó para jalarle la cola del frac al director.

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Filarmónica de Berlín

Geiranger es uno de los fiordos más conocidos de la costa del Mar del Norte. Un pequeño pueblo de 500 habitantes, donde desembarcamos, que en el verano noruego recibe más de cinco cruceros por semana.
¡Algo espectacular!
Además de la belleza natural de navegar entre lenguas de agua que se adentran en la tierra, rodeados de acantilados y decenas de cascadas, apenas llegó nuestra nave —con más de 4,000 pasajeros— ya estaban organizadas las agencias para llevar a los visitantes: trekking, buses a miradores, kayak, o como nosotros, que alquilamos un biplaza eléctrico con parlante. Este te va narrando los puntos de interés según el kilometraje. Así, vas parando, conociendo y haciendo que la experiencia sea más personalizada.

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Fiordo Geiranger, Noruega.

Y turismo en nuestra provincia: hace un par de años, con seis amigos, tomamos el servicio itinerante de un conocido que tiene kayaks, y nos llevó en su camioneta por varias caletas al norte de Matarani.
Por seguridad, él nos acompañaba con un ayudante en un zodiac, nos alcanzaban bebidas, dieron almuerzo, y en un tramo a favor de la corriente (de sur a norte), nos demoramos por lo menos tres horas. Todo por algo más de 40 dólares por persona.
O la alternativa de hacer trekking o MTB por las Lagunas de Mejía, Valle Arriba o Alto Challascapa, que en los meses de invierno están bien verdes.

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Caballos en Alto Challascapa,Mejía

Otro recurso que por aquí se podría explotar es la bicicleta de montaña (MTB), porque hay bastantes circuitos que, con un servicio medianamente adecuado, pueden impulsar el turismo en la zona.
Lo mismo ocurre con los paseos en lancha hacia las loberas cercanas a El Faro, que podrían potenciarse aún más.

Y aunque el safari de gorilas en Uganda, los glaciares de Yellowstone, el kayak en el Titicaca, cruzar en tren el tramo alpino, volver a hacer el Manu o, en Islandia, acercarme a un volcán para ver su lava en vivo, están aún pendientes…
Son mi impulso para seguir conociendo, viajando y viendo el mundo con mis —espero eternos— enormes lentes de curioso.

Quizá lo que más me ha dejado el viajar es darme cuenta de que los lugares no se hacen grandes solo por su geografía, ni por su historia, ni por su clima.
Se hacen grandes porque su gente cree en ellos, los sueña, los cuida y los muestra con orgullo.

He visto pueblos más pequeños que Mollendo recibir miles de turistas por semana, parques naturales usados con respeto, costas aprovechadas con inteligencia, y ciudades que apuestan todo por el turismo como motor de desarrollo.
Y entonces me digo:
¿Por qué no nosotros? ¿Acaso nuestra esperanza debe estar solo en Tía María?

¿Por qué no soñar con un Mollendo que reciba visitantes todo el año?
¿Por qué no imaginar una ciudad donde los jóvenes trabajen en turismo con pasión, donde los pescadores ofrezcan paseos guiados, donde nuestras caletas sean postales vivas, y nuestra historia esté contada con emoción como lo hace ahora Enrique Chávez Jara?

Mollendo solo necesita creérsela.

Ya tenemos el mar, los acantilados, las loberas, el Lulo tibio por las mañanas, la hospitalidad, el Perol y hasta un mercado que vibra como corazón de adolescente enamorado.
Solo falta organizarnos, apostar, invitar, sonreír… y abrir la ventana al turismo.

Yo quiero vivir para ver cómo los cruceros no solo pasan de largo, sino que hacen escala aquí.
Quiero ver a los niños aprender inglés no por obligación, sino porque entienden que es su llave para hablar con el mundo.

Y si alguna vez eso sucede —aunque sea dentro de muchos años—, me encantaría que alguien diga:“¡Sí se puede ser profeta en su tierra!”

Ese día, sabré que todos estos kilómetros valieron la pena.


📅 Cada martes, un nuevo relato en: www.novuz.blog


Una respuesta a “Viajar: Kilómetros que me Transforman (Parte 3)”

  1. Avatar de Rosi

    Que bonito, y las ganas de promocionar … las haces tener

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