- Relatado el 17.12.23
Conducción sin preocupaciones: un día con el Kia Rio
Hace un par de días llevé la camioneta Audi a Perumotor para el servicio de los 20 mil kilómetros, con la cita agendada a primera hora. Así que salí temprano desde Mollendo y a las ocho ya estaba en la puerta del taller. Justo cuando terminaba la entrega, me encontré con Checa, quien, muy amable, me ofreció prestarme un Kia de demo modelo Rio para moverme por el día mientras hacían el servicio de mi camioneta. “Es de color taxi”, me dijo, entregándome uno de un turquesa vibrante. Con una sonrisa cómplice, agregó: “Puedes hacerte unas carreritas con el taxi”. Hace años que no manejaba un auto pequeño, así que, sin saberlo, me esperaba una serie de descubrimientos que me dejó pensando.
Saliendo de Perumotor, a pocos metros, encontré el primer rompemuelles de los miles que debe de haber en Arequipa. Mi reflejo de “conductor cuidadoso” me hizo frenar con suavidad, como lo haría con mi Audi, para pasar despacito y evitar que el auto golpeara. Sin embargo, al estar en el Rio, recordé que era un vehículo más alto y con llantas de mayor perfil, así que pasé cómodamente, sin la tensión ya habitual. Qué alivio sentí al darme cuenta de que el rompemuelles no era una amenaza mortal.
Al llegar a la avenida Aviación, otro reflejo protector se activó: vi una combi asesina de esas que vuelan sin respetar a nadie y que suelo dejar pasar para evitar roces, rayones o, peor, choques. Pero esta vez, en el Rio, recordé que no tenía que ser tan celoso con este “taxi temporal”, y le planté cara a la combi con una sonrisa. Al fin y al cabo, el Rio tampoco era un auto costoso ni “intocable”. Me dio risa notar cómo, en este auto, podía relajarme y no preocuparme tanto por los otros.
Luego, como tenía tiempo, tomé la Ejército y me desvié hacia la playa de estacionamiento cerca de Metro para tomar un café en Chacchao. Apenas doblé, una llamadora me grito: “yo le cuido la nave maestro” y me indicó con la mano que estacionara en la vereda del parqueo municipal. Despues de recibirle el ticket de la hora me di cuenta de que hace años no aparcaba en la calle por pura costumbre y miedo de que le hicieran algo a mi auto. El auto o camioneta que he usado siempre ha terminado en cochera por mi tranquilidad, al punto que muchas veces llego a Arequipa y estaciono el que manejo en una cochera y camino o me subo a un taxi para movilizarme. Pero con el Rio, ¿qué podía pasar? Estacioné sin problemas, y mientras caminaba hacia el café, me sorprendí a mí mismo relajado, casi despreocupado.
Al salir del café, seguí camino a la Metropolitana, pasando por varios rompemuelles y baches sin que mi “corazón de conductor” sufriera en lo más mínimo. Con mi Audi, cada bache parece un golpe a mi alma, pero ahora, ni siquiera parpadeé. Al contrario, me sentía cada vez más cómodo. Es más, con mi auto me da miedo “meter punta” en las esquinas, para ganar espacio y casi siempre cedo a la combi o taxi que me adelanta con cara de cachita.
Llegué al vivero, cuyo acceso parece un cráter lunar, y mi reflejo protector hizo que frenara y maniobrara lateralmente el auto para evitar rozaduras. Pero luego recordé que estaba en el Rio, y pasé despreocupado y confiado. Compré mis plantas de rigor y al abrir la maletera me di cuenta que había un cartón de embalaje que alguien habria dejado, por lo que puse mis verdes sin el cuidado que las coloco en mi auto al que protejo con un vinil grueso que tiene la maletera para que no se ensucie la alfombra con la que está forrada. Punto adicional para el Rio!
Por la tarde, después de almorzar con mi mamá, recibí un mensaje de Audi Servicio diciendo que ya podía recoger la camioneta. En el trayecto a Perumotor no pude evitar pensar: si usara un Rio de estos todos los días, mi vida sería más sencilla. ¡Menos inversión en la compra, un mantenimiento mínimo en comparación, cero ostentación por la calle que me incomoda y el consumo de combustible… ni hablar! Además, al ser un auto pequeño y de uso popular, sería fácil de revender cuando quisiera cambiarlo.
Ya de regreso en la carretera, por La Joya, el recuerdo del día con el Rio me hizo sonreir,y, aunque suene raro, ¡empecé a extrañarlo!


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